Por – Marisa Chaves
Casi 20 años nos separan, dulce beso.
Saber que han pasado dos años desde que me dedicaste esos minutos y escribiste esas primeras líneas expresando aprecio, admiración y respeto… ¡y cómo ocultabas magistralmente el cúmulo de lascivia!
La sonrisa timorata, velada y ese quiebre de lance certero en las comisuras.
Negar esa mirada, los ojos de ambos pasmados de deseo.
Ignorar ese palpitante centelleo
tan a gusto estando solos:
percibir cuatro paredes como un mundo
en el que algunas cuantas horas se figuran un ligero suspiro.
La caída del agua sobre tu piel, tus labios humedecidos más aún con mis besos; los bellos músculos tensos, tu espalda, ese pecho.
La agitada respiración,
encontrarse y apretarse hasta brotar suspiros y jadeos,
saborear la savia de tu masculinidad,
regada entre mi pecho y mi rostro.
Tomar por cierto ese instante de honestidad y apostarle
ser sutilmente humillada,
dominada.
Besar.
Gemir.
Ver arder mi imagen en esos ojos bellos;
saborear un vientre, danzar con mis dedos entre tu piel,
El deleite de ellos sobre tu pecho
que es más que una fantasía:
la caliente hoguera de manos y dientes.
No ser más amantes
oscuros, silentes.
Darle a este sentimiento, esta pasión, un nombre y un aliento;
ser labios, ser dientes, ser ardor, ser carne y espíritu.
Llevar esa impronta de tu boca en mi piel, de los milímetros recorridos con adoración
Debilitar dos cuerpos, ansiando siempre más;
mojar tu dermis con mis efluvios,
palpar tus brazos.