Por Carmen Barbado

A mi abuelo

Después de tanto sin ti,
aún recuerdo aquella cantinela
que me susurrabas al oído cuando era
pequeña.
Cuando íbamos a tu casa a matar y
comer la matanza,
me sentabas en tus rodillas,
en el frío umbral de tu puerta
y comías unas aceitunas negras con
pimentón,
y recitabas despacio:
“Mi nieta es una rosa,
mi nieta es un clavel,
mi nieta es un espejo
y su abuelo se mira en él”.
Me mirabas a los ojos con tu sonrisa
guasona,
me acunabas en tus fuertes brazos.
Yo, diminuta, apenas cuatro años,
protegida, acariciada y mimada,
en esa mirada y en esta cantinela
vuelve a mi memoria
amados recuerdos,
siempre presentes
Hoy, mañana
aunque este sea ya efímero,
porque la senectud llama a mi puerta.

A mi hijo

Has escrito parte de mi vida;
Iniciaste ese folio en blanco difícil de rellenar,
tu sonrisa y tus chispeantes ojos
rellenan de colores
cada línea, cada espacio, cada cuadrícula
de este nuevo libro que surge de mis labios.
Cuando naciste empezó para mí una nueva etapa,
difícil por desconocida, inquietante y emocionante,
con tristezas y alegrías, con dolor y amor,
con chupetones de goma que encerraban tu pequeña boca,
con el método Milton siempre rodeándote,
con el miedo a las enfermedades, a la suciedad, a las pelusas,
con la inseguridad de los padres primerizos.
Tu gatear detrás de mí como un cachorrillo,
tus meter y sacar los calcetines del cajón de la mesilla,
siempre en mi cadera o en mis brazos,
tu suave dormir en cualquier lugar,
tus despertares sin llorar,
así fue tu infancia.
Siempre con alergias no descubiertas,
sin poder respirar adecuadamente,
esos mocos que no te abandonaban nunca,
ese dolor infinito porque tú no terminabas de estar bien,
un dolor clavado en los huesos,
que aún sigo sintiendo cuando te falta el aire,
cuando la oscuridad,
los miedos no superados te frustran,
cuando no sabes salir solo de los atolladeros de la vida.

Me sigues buscando en tu inquietante soledad,
y yo sigo estando donde siempre,
esperando tu palabra, tu beso, tu sonrisa,
esa inocencia que mantienes desde tu niñez.
Sigues formando parte de mi libro,
afianzando las letras que escribiste
y sigues escribiendo en él,
mirándome con ese cariño que te desborda,
dándome esos abrazos que siempre pido,
estando en ese sitio donde yo también te busco.
Eres mi hijo,
no se puede definir la palabra ni el sentimiento,
solo se puede amar desde lo más
profundo de nuestro ser,
desde las entrañas,
desde la vida misma.
Tu mundo me sigue rodeando,
a veces me agotas pero sigo estando ahí,
soy consciente de mi pesadez,
de mi desasosiego, a veces,
incomprensible,
pero soy así, así son nuestro tiempo
y nuestra rutina.

Raquel

Fui yo quien decidió tu nombre,
eras lo buscado,
lo amada antes de engendrarte,
la llamada de la vida,
la apuesta definitiva
en una partida ganada antes de empezar.
Eres la rama de mi árbol,
siempre dispuesta a caer,
pero unida a mí.
Eres mi luz y mi tormenta,
en las oscuras noches me llamas, necesitas mi consuelo
como cuando eras una niña.,
me buscas y allí estoy,
te busco y allí estás,
sin dejar que la marea te arranque
ni que las olas te derrumben.
Sigues tu camino,
buscas tu universo, tu mundo,
una salida que llene tu espacio,
pero sin dejarme en la cuneta.
Sabes, desde niña,
que las palabras a veces hieren,
pero los sentimientos y los abrazos,
unen y curan, suavizan las dificultades.
Mantén en cada una de tus etapas
esa luz que te identifica,
que te anima a seguir adelante.
Así, eres tú, mi hija,
esa loba que se escapa de los labios de su abuelo,
esa mariposa que sigue apoyada en mi mano
con deseos de volar,
llena de todos los colores que viven en mi mundo.

Sigues siendo mi pequeña,
la protagonista de mi única película,
la que llora en mis brazos
buscando el calor maternal
buscando las palabras de consuelo de mi interior,
para sentir que estoy y estaré en tu universo,
aunque te alejes,
aunque tu destino te aparte de mí,
seguirás siendo mi apuesta y mi ganancia.

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