¿Soy libre? pero ¿qué es la libertad? Cuando pienso en ella, recuerdo una tarde en la que iba de regreso a casa de mi abuela en la caja de un pick up de mi papá. Viendo el hermoso malecón de la ciudad pensaba —nada me puede detener, mi padre es dueño de todo—, y es que, a la corta edad de 7 años, no había problema que él no pudiera resolver. Qué ganas de seguir soñando, pero conforme fui cumpliendo años, aunque ello no implica madurar, entendí la libertad como sólo para algunos y aunque en esencia me hace rebelde pues “…anhelo un mundo que no esté manchado por la violencia, el terror, la escasez y la enajenación”, quizás más que rebeldía es la búsqueda de preguntas que no alcanzo a construir; que me atrapan: ¿Quién soy? ¿Realmente me conozco? Esta pregunta, que hasta hace poco desconocía, me persigue de muchas formas. Tuve la oportunidad de cursar un diplomado en historia o didáctica de la historia, nada que ver con lo que había cursado antes, pero sentí la necesidad de realizar una propuesta sobre identidad. Confieso que no soy conocedora del tema y los historiadores con quienes conviví, paleontólogos, historiadores de archivo histórico; todos ellos con participaciones diferentes a las que había conocido, me encaminaron a trabajar con la construcción, más que interés de los otros, concluyo tiene que ver con ese “saber quién soy”, pero en su momento no lo advertí, sólo lo sentí.
Me vi pequeña a mis más de 40 años, en un mundo apasionante y desconocido. En una ocasión nos preguntó una de las maestras ¿son libres, tienen libertad?, yo asentí y todos negaron y argumentaron el gobierno opresor, etc, etc., estuve fuera de tono. Me debería dar risa, pero no; me sentí ignorante, luego entonces prisionera, sin libertad. La doctora, en su intento por sacarme de la ingenuidad, sonrió al ver mi respuesta. Terminé el diplomado y me negué a concluir mi propuesta, es decir, no continué con la maestría.
Qué hace más libre a un hombre, vivir en la ingenuidad o darse cuenta y solo ponerse las cadenas, total, no hay salida posible. Me estoy negando a la libertad de pensamiento, pero estas ideas tan poco ortodoxas de un padre como el que tuve usted dedíquese a aprender y disfrute la escuela porque después de seis, lo demás es vanidad son como pequeñas fugas a la libertad, que no me han dejado con-vencerme totalmente.
Pero quién soy: yo soy Ruth, una mujer que dice: el no, ya lo tengo, ahora voy por el SÍ. Y no me puedo seguir negando a verme libre, pero para ello, comienzo al menos a querer reconocerme nuevamente libre, pero no ingenua sino genuinamente, y me preparo para la libertad que “debe incluir algo de las condiciones de vida reales que permiten a la gente hacer lo que quiere hacer y el hecho de que nadie esté tratando activamente de impedírselo”. En el magisterio, por lo menos en el que me desenvuelvo, si eres “bueno” te bloquean para retenerte, y si eres “malo” también. Es como si pasaras a ser propiedad privada de tu autoridad superior inmediata, piensan lo mejor para ellos disfrazado de lo que más te conviene, por tanto, debes de transitar como alguien “regular”. En ocasiones ni tu capacidad laboral es suficiente en este intercambio inequitativo, si eres útil, bella palabra es para dar, pero qué doloroso sentir que eres utilizada, la maquinaria perfecta en esta reproducción social de un modelo económico determinado por el que tiene más.
¿Cómo despertar —-ambicioso, pero, ¿por qué no?— en los alumnos ese deseo por saber quiénes son “libertad en su nivel más alto como una forma de humanismo revolucionario”? Pero más allá, cómo contagiar a mis compañeros para que juntos promovamos la libertad. ¿Idealismo puro? Necesito empezar por mí. Este texto son preguntas que espero construir para que la educación que reciba me logre emancipar y así trascender a un mejor ser humano y poder retribuir todo lo que recibo; comprender con nuevas y mejores herramientas el mundo que me rodea. Hay un concepto que me gusta, lo he leído en diferentes modelos educativos, pero no he logrado trascenderlo: “consciencia colectiva”; identidad de grupo más allá del conocimiento. Es desarrollar, construir para poder realmente conocernos y reconocernos.
Ruth Verónica Ortega Blanco