Por Kasha Villegas
Caminaba tranquilamente una calurosa tarde por la calle Bravo cuando llamó mi atención una bandada de palomas que parecían comer algo a la entrada del Mercado Bravo. Eran muchas, grises, oscuras, blancas, de pronto alzaban el vuelo todas juntas formando una especie de flecha, para volver en un giro y posarse de nuevo en la entrada ya cerrada del Mercado. Un niño pequeño se acercó y tomó una paloma que, sin alterarse, lo dejó acariciar sus alas.
Del pequeño cafecito que se encuentra a un lado salió una mujer con una esplendorosa sonrisa y dijo: si, ya comieron y bebieron, les pongo agua cada tarde, se bañan y beben, hay una blanca que está como manchada de aceite, le decimos “la mecánica”.
El niño soltó la paloma que se fue volando sin prisa, la mujer regresó al puesto. Intrigada, me acerqué a saludar y fue así cómo resultó esta pequeña entrevista.
Perdón, le dije, Ud. ¿Cuida a las palomas? Si, respondió , desde hace como cinco años, todas las tardes las alimento, en cuanto bajan las cortinas de fierro en el Mercado, salgo a ponerles su estrache, riego la banqueta para que beban y se mojen las alas, después regreso a mi puesto, porque si me quedo afuera no se van, y si por cualquier cosa salgo de nuevo, bajan todas a rodearme.
Y como fue que empezó a alimentarlas? Bueno, yo llevo aquí más diez años, había un comensal asiduo, el profe Ramon Arce, que se sentaba ahí,- dijo señalando una mesa pegada al mostrador,- venían cinco palomitas que él alimentaba. Yo digo ahora que él me las heredó, pues falleció el profe pero las palomas seguían viniendo a buscarlo, entonces decidí alimentarlas, ahora vienen muchas más, casi siempre las mismas. Ya me conocen bien, si me ven desde arriba de los cables donde descansan, bajan conmigo.
Cuénteme un poco de Ud, ¿es de aquí? Si, soy de aquí, pero criada en Sonora, llegué acá hace 14 años, venía de una separación, vivía en el estado de Sinaloa y llegué tratando de superar una depresión muy fuerte, busqué trabajo, prácticamente desde que me separé he estado trabajando aquí.
¿Me he fijado que cierran todos los puestos del mercado menos este, es así? Si, este es el único que queda funcionando, se abre a las cinco de la mañana y se cierra a las nueve de la noche, hay dos turnos, yo entro a la una de la tarde y salgo a las nueve, a veces un poco más tarde. He estado a punto de salirme, pensando en abrir mi propio negocio, había ahorrado y ya tenía todo listo para abrirlo cuando llegó la pandemia y todo se vino abajo. Mi hija tuvo que cerrar su negocio, mi otra hija se alivio y pues yo tuve que seguir aquí trabajando. Siempre estoy, todas las tardes.
¿Nunca has sido víctima de algún asalto o ataque? No, gracias a Dios nunca estoy sola, siempre esta el señor aquí sentado conmigo, y señala a un señor ya mayor que está silencioso y solo tomando su café, no falta quien llegue, el doctor que se acaba de ir, aquí pasa mucha gente, hay un grupo de personas que vienen diario a tomar su café, leer el periódico, platicar, además ya en la tarde pasan mas las patrullas, los policías llegan a cada rato.
¿Y qué planes tiene ahora, continuar aquí o volver a intentar abrir su propio negocio? Uyyyyy, suspira, pues ahorita como está la situación no creo, esta muy duro, muy difícil, todo está muy caro, la quincena no alcanza, en mi casa no podría porque vivo en una colonia muy alejada, no pasan ni las moscas, se ve muy solo, es una colonia muy tranquila, no pegaría ahí un cafecito, no hay cerca oficinas o escuelas, es muy poco transitada.
Si, está difícil los tiempos para los negocios, aquí el Mercado se ha mantenido a flote. Si, porque aquí ya todos son locatarios, ya tienen más de 30 años trabajando, este café tiene 27 años, mi patrona tiene ese tiempo aquí, no es una patrona perita en dulce, pero pues ahi va uno tolerando, ella no lo atiende, pero ahí va, hay que echarle ganas todos los días.
¿Y su salud mejoró? Pues no mejoro, pero al menos me sirvió, yo perdí dos hijos, _ me dijo bajando la mirada, la expresión de su cara reveló una marcada tristeza,_ Entonces me hice depresiva, deje de arreglarme, de pintarme, uno de mis hijos tenía 22 años, ya hace veinte que falleció, y mi otro muchachito va cumplir 15 años que falleció. Yo entiendo tanto a las mamás de ahora que están sufriendo la pérdida de sus hijos, que no saben dónde están, no los encuentran, yo me pongo en su lugar, si yo sufro que se donde están mis hijos, ellas que no saben, y que saben que les pudieron haber hecho algo o que todavía están sufriendo, créeme que veo esas noticias y me duele. Encontraron aquí en La Paz una fosa con 18 cuerpos, identificaron a seis, pero nada mas a tres están velando porque de los otros no ha aparecido la familia. Pero así es esto, hay que echarle ganas para seguir la vida, para poder terminar bien cada día. _
Le pregunto de nuevo por las palomas, y la tristeza desaparece de su cara. Pues son la herencia que me dejó el profe, de cinco ya se hicieron montón, a veces bajan unas muy bonitas, blancas blancas, a mi ya me conocen, tantos años, imagínate! Son muy abusadas. _
¿Cómo se llama usted, pregunto al fin? Patricia, responde con una mirada intensa pero amistosa, a mi me gusta alimentar a las palomas porque mucha gente se para, las mira, y mucha gente que es americana me ha dicho que es una bendición, “Las palomas, mucha bendición para ti”, me dicen, que las palomas me traen muchas bendiciones a mi, digo yo, ¿será cierto? no se, pero a mi me gusta que la gente venga, así con los niños vienen y se toman fotos con ellas, me pongo en el medio y les tiro comida para que los niños se arrimen a tomarse las fotos, son muy mansitas, aquí ellas andan, ya saben que nadie les hace daño, y no se, yo imagino que ellas sentirían si alguien quisiera hacerles mal. Un niño vino a darles de comer, yo salí y lo vi y dije que bonito!.
¿Con que las alimentan? Se llama estrache, es maíz quebrado con trigo y con varias semillas, la vecina de la cocina me deja mucho arroz, pero batallo para que se lo coman, tengo que echarles estrache encima si no no se la comen, son muy elegantes, _ Dice sonriendo, ellas saben lo que les hace bien.
Como seguían llegando los clientes, sobre todo al café, me despedí de Patricia, la mujer que cuida las palomas, nos estrechamos la mano y me dice riendo abiertamente :
Si, así me dicen dentro del Mercado, ¡soy la de la película, la señora de las palomas! Su sonrisa ahora es enorme, me alejo del puesto también con una sonrisa y una especie de esperanza en el alma.