Por Anel Ledesma
Hay un agujero en mi taza de amor
Hay un agujero en mi taza de amor.
Todas las mañanas la lleno con mi café favorito,
sin embargo, el líquido negro
se escurre en el transcurso de las horas.
A veces gotita a gotita,
a veces a chorros descomunales.
Sé donde está el agujero,
pero no hago nada para sellarlo.
Quizás porque me gusta ver el líquido correr,
y sentir el vacío que queda tras de sí.
Quizás porque disfruto el dolor de las quemaduras,
o porque, simplemente
no he encontrado el pegamento adecuado
(¿o no lo he buscado?).
Mi taza de amor cada día se rompe un poquito más,
y yo me siento a admirar las grietas que se forman.
Dicen que la melancolía tiene un efecto adictivo,
saber que estoy perdiendo algo preciado
¿me regocija?
Me gusta hablar de mi taza rota,
las personas me miran preocupados.
Ellos aparentan tener las suyas impecables,
pero sé que todas están defectuosas.
Es imposible tener la taza perfecta,
Aunque, quizás, debería cuidar un poco más la mía.
A fin de cuentas, ¿dónde, si no, podré tomar mi café cada mañana?
Abrázala
Ella estaba rota en pedazos,
pero lo ocultaba detrás de una sonrisa.
Lloraba a mares en la noche,
hacía bromas durante el día.
No se sentía suficiente,
pero era capaz de comerse al mundo.
Su autoestima bailaba en la cuerda floja,
a veces diosa, a veces fenómeno de circo.
Ella anhelaba amar, sentirse deseada,
pero se saboteaba constantemente.
¿Cómo podrían quererla,
cuando los “peros” se materializaban en su mente?
Abrázala fuerte, no la dejes ir,
ella vale mucho más de lo cree.
Solo que la oscuridad la cubre
cuando se ahoga en sus pensamientos.
Solo abrázala e imprégnala de luz,
te aseguro que no apagará la tuya.
Rodéala con tus brazos y dile
que todo estará bien.
Necesita saber que seguirás ahí
aún cuando ella misma se haya perdido.
Te dedico
Te dedico una última canción desesperada;
el poema 20 de Neruda bajo la noche estrellada.
Te dedico mi último insomnio,
los fantasmas que acechan entre las sombras y susurran tu nombre;
la sensación de soledad que me mantiene despierta.
A partir de ahora sí dormiré…
Prohibiré que te escabullas entre mis pensamientos,
bloquearé el acceso a tus recuerdos.
Ya te extrañé lo suficiente, mucho más de lo que merecías.
Comenzaré a borrar tu rostro de cada espejo
y apagaré la canción que te acompaña.
Aún quedan preguntas inconclusas
pero, ¿de qué sirve interrogar al pasado?
Las respuestas tardías no valen la pena.
Te dedico mi última duda, mi último temor,
la certeza de no haber sido suficiente.
No, no fue mi culpa;
ya basta de autoflagelarme con los errores.
Te dedico el último “te quiero”,
los deseos de mantenerte a mi lado,
aquellos besos que nunca te di.
Te dedico una última lágrima y te digo adiós,
aunque me duela dejarte ir…
Miedo a la felicidad
La felicidad toca a mi puerta.
Yo me escondo bajo las sábanas.
Oigo el repiqueteo constante sobre la madera.
Evasiva, cubro mis oídos con la almohada.
La felicidad sigue tocando insistentemente.
Algo iracunda me asomo a la ventana.
Tiene ojos preciosos y sonrisa clara.
Me atemoriza la paz que la acompaña.
La felicidad me mira de reojo, me hace señas para que abra.
Mi mano tiembla sobre el picaporte, lo giro despacio.
La felicidad irrumpe en la casa, como un torbellino.
Me abraza, me aprieta, me inunda con sus colores.
Quiero huir despavorida, escapar de su abrazo opresor, de sus insistentes caricias.
La felicidad se sirve un café, se acomoda en el sofá y comienza a platicar sobre un maravilloso futuro.
Yo no sé que hacer, odio las visitas sorpresas.
Miro hacia la cama, la tristeza me devuelve la mirada.
Es mi fiel compañera, la conozco desde hace años, siempre ha estado conmigo.
Miro a la felicidad. Sólo permanece poco tiempo.
Llega con su algarabía, deja un vacío terrible cuando se va.
Cuando esto sucede, la tristeza me mece en sus brazos.
Estoy molesta con la felicidad.
No tiene derecho a romper mi letargo.
La última vez compré repelente para sus mariposas y pastillas para sus picos hormonales.
Estoy a punto de usarlos.
La felicidad me mira, agacha la cabeza, me pide perdón.
Quiere que le dé una nueva oportunidad.
Tal vez está vez se quede más tiempo,
pero no puede prometerme nada.
Así funciona ella, un día llega, al otro se va.
Suspiro, intento calmar mis demonios internos.
Intento no pensar en el pasado.
En todas las veces que me dejó rota, en pedazos.
En todas las veces que me abandonó sin una explicación.
En todas las veces que me dejó caer cuando más alto me tenía.
La miro, miro a la tristeza.
Esta última me hace una seña.
“Arriésgate, yo siempre voy a estar aquí.”
“Te cubriré con mis besos cuando la felicidad te abandone.”
Asiento con la cabeza, me dirijo resignada a la felicidad.
Abro la puerta del refri y nos sirvo dos cubatas.
¿Cuánto tiempo sin verte, cómo has estado…?