Por Myrna Almada
(Monólogo)
Escenario a oscuras, del lado izquierdo, bajo luz cenital, un pilar de estilo griego hueco, donde una actriz esconde el cuerpo, dejando sólo la cabeza al descubierto.
Del lado derecho al fondo, sin luz, otra actriz con vestimenta griega blanca, parada sobre una base, simulando ser una estatua sin cabeza. Con la cabeza cubierta en color negro (con la finalidad de que no se vea).
Cuando la cabeza empieza a hablar, el cuerpo empieza a hacer toda la expresión corporal acorde y al tiempo del diálogo.
¿Me ves? Soy yo. Tal vez no me reconoces porque generalmente haces caso omiso de mi rostro. Pasas de largo, mientras te observo atentamente, como observo a todos los que se petrifican ante mí.
Tal vez me conozcas mejor con el nombre de medusa, quizá te dijeron que soy un monstruo, que llevo feroces serpientes en la cabeza, pero lo que no te han contado es la primer parte de la historia, en la que Atenea, la “gran diosa de la sabiduría”, me mandó exiliar por haber sido violada por Poseidón. Cambió mi hermoso cabello por serpientes, me condenó a volver en piedra cualquier ser vivo que me viera y peor aún: después, al enterarse de que había quedado embarazada, le pidió a Perseo que me cortara la cabeza.
Sí, señor, esos son los grandes alcances de la diosa de la justicia, hábil para lanzar maldiciones permanentes sobre los mortales y sus descendientes.
¡Pero vamos!, yo soy solo un mito, una historia inventada por los griegos con el afán de intentar entender y comprender el mundo, de entregarse a la relación aparentemente fácil entre hechos fantásticos y lo que ustedes, los humanos, entienden como realidad. Lo que no saben es que, aunque mi historia les habla a todos por igual, mi mensaje no es universal. Me dirijo a cada uno en segunda persona.
Cuídate de aquellos que utilicen mi rostro para aleccionarte, de quienes usen mi historia con afán de adoctrinarte, de infringirte miedo, de someterte. Para hacerte creer que debes cumplir ciertos requisitos, cierto rol, cierto comportamiento, todo para no terminar como yo: sin cabeza.
La verdad es que mi rostro no es tan terrible. Lo terrible es el miedo que genera mi historia y es ese temor el que te petrifica.
Por eso mírame, deshaz la maldición que recae sobre mí. Tráeme al presente como un regalo, que eso es lo que es mi historia.
Yo no era un monstruo, pero me hicieron indigna, excluible, algo que requiere ser destruido, negado y desaparecido. ¿Alguien se preocupó por mi terror, por la violencia que viví? ¿Alguien se ha detenido a cuestionar por qué cortaron mi cabeza, separando mi pensar de mi sentir?
También yo quedé inmóvil, también yo fui castigada por la simple razón de vivir.
Y es hora de que conozcas la verdad, que atravieses el miedo, que atravieses el abismo que es este tu espejo. Es hora de que veas cuántas cosas van mal y que no salgas corriendo.
Quizá te asusta ver mi cara por ser terrorífica, pero quizá lo que te asusta en realidad, es ver en mi cabeza mutilada, tu propia vulnerabilidad que habita en un mundo violento. Ver en mí la posibilidad de que sufras el mismo desenlace.
Por eso huyes, por eso me aíslas, por eso no me ves a los ojos…
Y yo te he visto pasar de largo tantas veces…
Una ocasión llevé rostro de limosnero, en otra, rostro de anciana, rostro de adicto, indígena, enfermo, migrante, pobre… o de color, nacionalidad, religión o pensamiento diferente al tuyo. He estado frente a ti de tantas formas… y no sólo te quedaste inmóvil, sino sordo, ciego, mudo.
Pero seguiste la directriz de la razón, los designios de Atenea, “la diosa de la sabiduría, de la estrategia y la justicia” y se te han arraigado en los sesos, a fuerza de escucharlos con excesiva constancia. que los seres como yo, somos despreciables y merecemos la peor de las suertes.
Te han enseñado a quedarte inmóvil, a preferir huir o peor aún, a sentirte héroe cuando me das una limosna de tu tiempo, de tu dinero, de tu atención.
Y yo te observo, para darme cuenta de que en realidad no eres muy diferente a mí.
Te crees tan cercano a los dioses, casi parte del Partenón, pero lo que te separa de mí no es tanto, no eres más que un simple mortal ¿Quién eres sin tu techo, sin ese salario que apenas cubre lo básico? Eres uno más que como yo, vales poco menos que nada para este mundo, la sociedad y su hambre de poder.
Yo era una sacerdotisa dedicada a los dioses. Mi vida, mi tiempo, mi energía la avoqué a adorarlos y servirles. Pero justamente cuando me convertí en un obstáculo en el camino, un punto incómodo en su quehacer, me gané un boleto directo al exilio;a la pérdida de mi cabeza. ¿No te parece una historia conocida?
Es una advertencia que creo no deberías ignorar.
Deja de creerle a los dioses que eres diferente. Deja de pensar que por estar… lo que ustedes dicen “completo”, o por ser “normal”, estás exento de vivir mi suerte.
Así que, mírame a los ojos y reconoce en mí tu propia fragilidad. No soy un monstruo, sino el reflejo de la injusticia que alberga el mundo. Mi historia no es solo mía; es la historia de todos aquellos que han sido marginados, silenciados y olvidados.
Es hora de romper el ciclo. Cuestiona la narrativa impuesta y lucha por vivir en un mundo donde no seas condenado al exilio por ser diferente.
Recuerda, la verdadera monstruosidad radica en la indiferencia y el odio que nos dividen a todos. Solo cuando te atrevas a ver más allá de lo que ves, podrás deshacer la maldición y encontrar la humanidad que compartimos.