Por María Isabel Chaves
Amar por defecto
Hubo un espacio,
un tiempo,
en el que me vi inmersa en eso que llaman
amor.
La tibia caricia y el húmedo beso,
los estertores del deseo.
Frecuentar un sitio,
un espacio del firmamento.
Te tornas obstinado,
empecinado en que ese confluir sea flama eterna.
Sueñas futuros,
hijos,
vejeces.
Tramas sorpresas,
viajes,
vestirte
y desvestirte.
Trastocas planes,
te atavías de tu mejor versión
y hasta te la crees.
Edades
Que olvidara mis diez lustros,
que me abandonara a la locura de quererte,
tener ese espacio mínimo entre nuestras carnes
para manifestarte mi más profundo deseo;
tenerte en el imaginario,
antes de que brotara mi nombre de tus labios.
Tener tus años
en los que nada se debe y nada se teme.
Tener tu arrojo:
ese asomo de lujuria,
esos húmedos labios.
Mi querido amante,
tener esa capacidad de asombro
que los años se empeñan en devastar.
No aspiro a mucho
Simplemente que no me abandone el ansia de retener un día más entre mis cansados dedos
y gozar unas horas más del respiro diario.
Que continúe mi fe en medio de tanto olvido.
Que se me otorgue ver cómo mis hijas van surfeando
en medio de esos fríos y desconocidos seres
a quienes llamamos humanos.
Y que pueda reconocerlas, mientras los calendarios se dibujan en mi.
Que pueda besarlas antes de decir adiós
como cada mañana entre los afanes y el transporte.
Que me conmueva la palabra, una nota tras otra.
Le pido más horas y días para mi madre;
Que no se hunda su mirada entre las sombras
y que en su mente brote incesante lucidez.
Que mis años no me resten danzas, campañas,
estar plena disfrutando el fragor de estas horas.
Deja que vea ser realidad una décima parte del tiempo de mi descendencia.
Que mi existencia no sobre o estorbe
y no cause angustia a los míos al intentar prolongarla.
Le pido vida para los vivos.
A sabiendas
Sabiendo que trasegar estos senderos tendría consecuencias
que son fortuna y demencia,
sabiendo que tener días ajenos trae lento desangrar,
sabiendo tanto del ayer, cómo ha sido, cómo fue,
te alientas a vivirlo de nuevo;
sabiendo que el gusto y el ansia no son buenos aliados,
te avientas sin paracaídas.
Una oración se desdibuja y una súplica se silencia,
sabiendo que la piel deslumbra y ciega
repitiendo un”no quiero” y un “no de nuevo”,
te ves ahí: con el ánimo vigilante, los sentidos se exacerban;
te vas acercando al final, a esa orilla
y las olas en llamas te abrazan.
Sabiendo que la voz te traiciona
y el destello en la mirada te delata,
te vas directo al camino de un solo sentido y
apuestas por ese solo natural embrujo.
El sudor, el gemido dominan,
la piel se transmuta
sabiendo de antemano el final de ese eterno cuento.
Aras sobre la arena a sabiendas
de lo inútil de esta tarea:
besas y te besan y al terminar
alguno ejecutará el papel de Judas.
Sabiendo que todo es temporal
jurarás amar para siempre.
Prometes tanto (te crees tus propias mentiras).
Aun sabiendo todo esto te crees invulnerable,
que esta ocasión será la única y mejor de todas…
¡y cuán equivocado estás!