Por Viviana Ramírez Delgado

Hace un rato estaba sentada con un amigo en una banca cercana a mi casa. Al lado de nosotros estaba una pareja discutiendo fuertemente; el hombre jalaba a la mujer de manera violenta. Pablo, mi amigo, los observaba con extrañeza y, al ver su mirada, me di cuenta de lo normal que es para mí ver escenas así y no hacer nada. La sociedad ya es así, el entorno igual. Yo preferí voltearme a otro lado y no meterme en asuntos ajenos. Eso suelo hacer, ahora lo entiendo. Siempre he sido egoísta y una persona egoísta, de un modo u otro, termina enfrentándose a la culpa o al dolor. Al menos, eso me pasó con ella. 

Se llamaba Lucía, era enfermera y mi hermana. Pasamos una infancia normal, la más normal en un barrio del norte de la Ciudad de México. Su esencia era la de una chica normal y su noviazgo era el de una chica golpeada normal. Yo estaba vendiendo ropa de segunda mano cuando llegó y me enteré. La escena clásica. Lentes negros y un golpe en el ojo. La respuesta clásica. No dejes que te haga eso.  

En realidad, no sabía qué pensar o qué decir. Nadie te prepara para lidiar con ello. Sólo las telenovelas ponen números de ayuda para mujeres que sufren violencia al final de los capítulos. Nunca llamamos a ninguno. Creíamos que iba a pasar. Ella me lo dijo. Es un buen chico, en realidad no quiso hacerlo. Yo le creí. Era mayo. Volvió a ocurrir en noviembre. Me dijo que se había caído de las escaleras. Yo no supe qué hacer, le dije que lo dejara, no lo hizo. Cada golpe en su rostro y su cuerpo deformaba lo que ella era. Poco a poco deje de reconocerla. 

Tuvimos que tramitar un acta de restricción. Él nos amenazó de muerte. Pasaron algunos meses y durante éstos ella se refugió en los tranquilizantes. La veía diferente. Ya no era mi hermana. La situación la absorbió; él la absorbió con sus humillaciones y sus golpes. Ahora me pregunto cuántas mujeres sufren eso en este momento y cuántas tramitan actas que no hacen nada. Lo clásico del país. Impunidad.

Cada que la recuerdo llega el momento en el que me enteré por primera vez. En un año pasan demasiadas cosas, entre ellas perderse a una misma. Yo sabía bien cómo se sentía estar vacía, sin motivaciones ni objetivos; lo sabía y no hice nada. Lucía murió un 4 de mayo. Se mató. Me enteré por teléfono. Me lo gritaban llorando. Ella se mató. Yo no podía escuchar las voces, sólo veía en mi mente su cara. Nadie te prepara para lidiar con ello. Sólo las telenovelas ponen números de ayuda para suicidas al final de los capítulos. Nunca llamé a ninguno. 

Cortarse las venas en las pláticas de broma parece muy fácil, sin embargo, en la vida real no lo es. Lo supongo. No quiero entrar en discusiones sobre si el suicidio es bueno o malo o cuál es la mejor manera de hacerlo, porque nunca hay una respuesta correcta. Eso lo entendí días después del entierro. No hay respuestas correctas, sólo suposiciones razonables. Así, supuse que todo lo sucedido fue a causa de él. Néstor. Ese era su nombre. Nunca sabes a qué persona tienes al lado, ni sabes qué tipo de violencia puede ejercer sobre ti para llevarte a la muerte en unos meses. Eso ni en la tele sale. 

Todos los días me culpaba por no haber hecho más, por haberle creído cuando me dijo que la depresión no se debía a su situación con Néstor. Eso lo mencionó en la terminal de autobuses que está saliendo del metro Observatorio. Íbamos rumbo al pueblo de los abuelos. Pensé que eso podría distraerla, pero eso que se siente en el fondo, el dolor que no puedes ya tapar con nada, eso no se puede olvidar ni en un viaje a un lugar bonito. Quizá por ello decidió matarse por allá o quizá fueron las amenazas que recibió. Si regresaba, él la mataría. Días después un charco de sangre y un cuerpo desconocido y desgastado tirado. Lo encontró mi sobrina. 

La chica en el ataúd ya no era mi hermana. Preferí voltear a otro lado. Mi hermana se había ido desde el día de las gafas de sol. Ese día ella ya no era ella. Él le robó una parte de sí misma. Así como lo hizo con cada uno de los que estábamos en la sala de velación. Nadie te prepara para sacar el malestar que se siente en el pecho. Yo pienso, por ejemplo, que ella sigue de vacaciones y que regresará pronto. Puras ilusiones que me ayudan a seguir adelante. Él sigue libre. Parece ser que en los juzgados el delito de inducción al suicidio es un chiste. Algo normal en el país.

En fin, nadie te prepara para la vida, ojalá alguien marque los números. 

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