Por Erica BulgarelliI
I – Sangrado
Refriega suavemente las pequeñas manos curtidas y se toca la cabeza redondita de donde una hebilla blanca sujeta su larga y brillosa cabellera negra. Parece una mujer joven. Mira hacia arriba sin mover la cabeza y percibo que está buscando en ese lugar ese recuerdo. Es que la palabra menstruación le recordó su menarca.
Mira a su alrededor, solo hay mujeres. Acomoda en la silla su cuerpo grandote y de a poco relata la imagen de ella sentada dentro del río.
- “Estuve ahí casi todo el día. Hasta entrada la noche “(Y continúa el relato, buscando la mirada de otras mujeres, las más jóvenes).
“Nadie me había hablado de eso. Pensé que estaba enferma. Muy enferma. Que me moría como otras mujeres”.
Las otras mujeres no dicen nada, solo escuchan. Tal vez les pasó lo mismo. Tal vez no se dieron cuenta de eso. No sabemos si fue en verano o invierno pero, sí sabemos que en esos lugares de la Patagonia, el agua siempre es fría, de deshielo, de heladas crujientes.
Y continúa:
- “A mi hija la más grande, apenas creció le dije que eso le podía pasar. Para que no se asuste. Para que sepa. Para que no tenga que ir al río”.
Todas sonríen con una tierna empatía, el aire se suaviza y los ruidos de afuera afloran. Cada sonrisa es una caricia al alma, una caricia sanadora.
Se acomoda de nuevo en la pequeña silla pero, ahora se siente más segura y lo sabe.