Por Daniela María Osuna Rodríguez
Tic tac…
—¿Qué?
—¡Silencio!
—¿Qué? ¿Quién eres?
El nudo que amarraba sus muñecas empezaba a arder.
Tic tac…
Se escuchó una carcajada a su derecha.
—¡Ahora me ves! ¡Ahora no me ves!
—¡¿Qué quieres?!—gritó el hombre.
—Es imposible que no me hayas reconocido—le contestaron entre las sombras de la habitación.
Tic tac…
—Muestra tu rostro, cobarde.
—Me has visto muchas veces. ¡Vamos! ¡Es muy sencillo adivinar! —exclamaron mientras arrastraban algo metálico en el piso.
Su respiración comenzó a agitarse.
Volteó a los lados para encontrar alguna salida, pero todo su alrededor estaba oscuro.
Tic tac…
—Se te acaba el tiempo. Bueno, ¡no es como que te vayas a librar de esta! — le gritaron desde la oscuridad.
Sintió cómo algo bajaba entre sus manos: sudor o sangre.
Tic tac…
Desde la oscuridad se mostró ante él.
—¡Oh, Dios! ¡Espera! ¡Por favor! ¡Piensa bien lo que estás haciendo!
—Finito—le contestó.
—¡Aléjate! ¡Déjame en paz!
Una última carcajada se escuchó.
Tic tac…