Escritoras Resistentas | Transgresoras desde la otredad

Por Mónica Astorga

Mujeresaladas | La Paz, Baja California Sur.-  A partir de las últimas décadas del siglo pasado el estudio y crítica de la literatura escrita por mujeres adquiere fuerza y también matices y rutas, que proponen la revisión de la génesis de la textualidad femenina. En este sentido, el cuestionamiento en torno a la producción textual por mujeres y su presencia en la literatura ha sido un punto de inflexión para la crítica literaria feminista: desde el rescate de textos de mujeres que habían permanecido en el olvido por años y hasta siglos, hasta la parámetros teórico discursivos que enmarcan formas y estructuras de los textos producidos por mujeres; sin embargo, a pesar de que la situación actual de las escritoras mujeres se encuentra cada vez más sólida y reconocida, aún se presentan derroteros que merecen una seria reflexión que conduzcan a una mayor madurez en torno a la literatura de la “otredad”, la escrita por mujeres.

Uno de los aspectos que propició la invisibilidad de las mujeres en las letras es la situación de “otredad”, esto es, desigualdad, sin embargo, detendremos la mirada en la educación, por lo mismo, partiremos dando un vistazo panorámico a la historia de la educación de las mujeres en México, considerando, por supuesto, que el contexto en cada rincón del país es distinto, pero nos dará una idea general de la situación educativa femenina en México. Acudiremos a Mariana Córdoba Navarro que, en su artículo “Un acercamiento a la historia de la educación de la mujer mexicana” (2014), nos aporta grandes datos al respecto, desde el México prehispánico hasta la colonia. Córdoba comenta que en la época prehispánica la educación era mayormente en el hogar y la diferencia social era un factor determinante al momento de recibir instrucción, pues únicamente las mujeres nobles eran instruidas en el Cálmecac, obteniendo finalmente el título de “hermana mayor o dama” que significaba “servidora del templo o sacerdotisa”. Sin embargo, la educación giraba en torno a la misión de cada individuo, en el caso de las mujeres, el matrimonio y el hogar. En este sentido, como afirma Mariana Córdoba

[…] sí existían contrastes entre la educación entre hombres y mujeres en la época prehispánica, éstas se perpetuaron con la conquista, debido a que los españoles trajeron consigo una idea de la condición femenina basada fundamentalmente en el cristianismo y desde esta perspectiva, la mujer tenía una condición inferior al hombre, en cuanto a su ser, valía, capacidades e ideales.

En este sentido, la educación durante la colonia fue básicamente religiosa. Consistía en lecturas de libros cristianos, música, bordado; al respecto, Mariana Córdoba resume la esencia de la educación femenina colonial:

Educar de acuerdo con los preceptos de la iglesia, fue motivo de crear conventos y emplear monjas en la educación, lo cual ayudaría a que se convirtieran en buenas cristianas y sirvieran honestamente para la finalidad última del matrimonio; asimismo, puede entenderse que la formación a través de los colegios obedeció también al hecho de considerar a la mujer como un medio eficaz para permear la religión en la familia.

Hay que considerar que, al igual que en la época prehispánica, el estatus social y económico también era fundamental y la educación de la niña hacía énfasis en la lectura y no tanto en la escritura, ésta era reservada a la vida y formación conventual y ejemplo claro de ello es Sor Juana Inés de la Cruz. Como podemos observar, la educación ha sido un factor determinante para visualizar y relegar a la mujer hacia “lo otro”, sin embargo, desde “la otredad”, lo cual es completamente distinto, la mujer se ha y sigue reconfigurando y, en este sentido, quiero acudir a una figura, consideramos que después de Sor Juana, fue fundamental en los primeros pasos hacia un feminismo intelectual y la liberación de la mujer a través de la escritura; nos referimos a Laureana Wright.

Decidimos considerar a Laureana Wright en esta ocasión por dos razones: porque impulsó el feminismo desde la escritura, estimulando la educación de la mujer en todos sentidos, pues a partir de ella, lograrían tomar conciencia de su lugar en la sociedad y lograr cambios radicales a favor de ellas. La segunda, porque es una figura poco abordada y hasta relegada en los ámbitos académicos y literarios; al respecto, Lourdes Alvarado (2016), en el estudio introductorio a la publicación de dos ensayos de Laureana Wrighy en torno a la educación femenina La emancipación de la mujer por medio del estudio y Educación errónea de la mujer y medios prácticos para correjirla, publicados en 1891 y 1892, respectivamente, comenta en torno a la escritora y su obra que

[…] estos ensayos representan una fuente de primera importancia para acercarnos, desde una perspectiva femenina, a los principales problemas y avances en torno a la educación de las mexicanas hacía finales del siglo XIX, a la vez que nos permiten observar las ideas y los obstáculos que continuaban frenando el desarrollo de este sector de la sociedad. Pese a la fuerza de estas trabas, durante el porfiriato tuvo lugar una serie de elementos que permitieron la apertura de nuevos espacios para las mujeres, lo que, junto a su creciente presencia en el ámbito educativo y laboral, modificó modos de pensar y patrones de conducta ancestrales. Sin duda las ideas aquí presentadas son un claro ejemplo de esta importante aunque difícil transición. (2016: 9).

Mencionar el nombre de Laureana Wright es fundamental, como comenta Lourdes Alvarado, en la transición que representó el siglo XIX hacia la alfabetización en general y en particular de las mujeres. Comentábamos anteriormente y lo confirma Dorothy Tanck en su artículo “La enseñanza de la lectura y de la escritura en la Nueva España, 1700-1821”, que no se le daba la importancia a la escritura, es decir, se enseñaba a escribir después de meses o años de haber aprendido a leer, fue hasta después de la independencia que surge la necesidad de alfabetizar a la población (Vivero Marín, 2006). 

En este sentido, Laureana Wright, hija de padre estadounidense y madre mexicana, nace en Taxco en 1846; en el caso de ella su educación fue privilegiada; contó con maestros privados, aprendiendo lenguas extranjeras y “los primeros elementos de la Ilustración” (Alvarado, 2006: 14), “De acuerdo con uno de sus biógrafos, hacia 1865 la joven escribió sus primeros versos y empezó a destacar por sus dotes literarias y por su marcado patriotismo, sentimiento que se fortaleció durante la invasión europea y el ensayo imperial encabezado por Maximiliano de Austria” (Alvarado, 2006: 14). A los 22 años contrae matrimonio y desaparece de la actividad literaria e intelectual, sin embargo, no pasa mucho tiempo para que se reintegre a la vida literaria. Su participación activa en la literatura y el periodismo sumó gran fuerza hacia la ruptura de las fronteras que la mujer, a través del tiempo, seguimos enfrentando.

Laureana creía fielmente que la mujer merecía y necesitaba una mejor educación y consideraba que “la literatura era una especie de termómetro que reflejaba el grado de adelanto o atraso de la sociedad, no sólo porque fungía como parámetro del nivel intelectual de quienes escribían sino, sobre todo, porque revelaba las tendencias, costumbres, gustos y caracteres de los lectores” (Alvarado, 2006: 18). Tomó parte en varias publicaciones periódicas, pero destacamos la revista para mujeres, Las hijas del Anáhuac, posteriormente Violetas del Anáhuac, la cual nace en enero de 1888 y es dirigida por Laureana. Hay que considerar que el siglo XIX, gracias al periodismo y a la novela por entrega y de folletín, fue un semillero de lectores, principalmente lectoras y a esto sumemos que para este fin de siglo existían grupos de mujeres con instrucción privilegiada que, con la fuerte influencia de la Ilustración, deseaban ser escuchadas y, al mismo tiempo, el panorama social e intelectual para la mujer mexicana presentaba destellos de mejoría, a pesar que la visión de la mujer se encontraba aún muy arraigada en dogmas tradicionales y, por ello, Laureana Wright y este grupo reducido de mujeres no eran muy aceptadas, incluso por las mujeres mismas.

En este sentido, Violetas del Anáhuac significó un espacio de crítica y diálogo con la mujer mexicana, como apunta Lourdes Alvarado:

expuso abiertamente la necesidad de crear un espacio adecuado para que las mexicanas pudieran ampliar o difundir sus conocimientos. Consideraba que sólo así ellas podrían integrarse al “siglo del progreso” y, aún más importante, podrían contribuir a su futura grandeza. […] A través de sus diversos artículos, el semanario cuestionó el modus vivendi de las mexicanas, proponiendo, casi obsesivamente, la educación femenina como único vehículo para su deseada transformación. Pero, además de este ambicioso objetivo, Violetas debía “sostener los intereses, los derechos y las prerrogativas sociales de nuestras compatriotas”, esto es, mejorar en todos sentidos la condición sociocultural de las mexicanas. Para lograrlo se propuso estimular su interés por el arte y la ciencia, afirmar sus principios morales y cultivar sus aptitudes literarias, amén de proporcionar un espacio donde pudiera explayar sus ideas. En síntesis y según sus propios términos, debería animar a dicho sector para que emprendiera “la noble campaña del pensamiento contra la apatía, del estudio contra la ignorancia, del progreso contra el atraso” (Alvarado, 2006: 20-21).

Como nos podemos percatar existía una franca preocupación por la educación de las mujeres durante el siglo XIX, aunque con diversas contradicciones porque, por un lado, estaba latente la presencia de mujeres, ideales y publicaciones que impulsaban la liberación intelectual, la cual las conduciría hacia una liberación espiritual, mental y física; y por otro, como expone Cándida Elizabeth Vivero en su artículo “El oficio de escribir: la profesionalización de las escritoras mexicanas (1859-1980)” (2006), “La instrucción fuera de casa desató fuertes polémicas, pues se consideraba un peligro dejar a las niñas y jóvenes en manos de personas desconocidas. Se criticaba el hecho de que dicha instrucción le restaba importancia a la figura materna, considerada la formadora y educadora natural por excelencia” (Vivero, 2006: 182). Sin embargo, y a pesar de ser un gran público lector y las novelas estar dirigidas en su mayoría a ellas, el acceso a las actividades artísticas, incluyendo por supuesto la creación literaria, era restringido y reducido, que es justamente lo que discutía y criticaba Laureana Wright.

Bajo este contexto, es que inicia el arduo recorrido por la literatura la mujer mexicana, figuras que, desde el espacio de la “otredad” han ido construyendo y aún lo siguen haciendo, un discurso propio, una voz, que ha surgido desde el susurro y que todavía, como lo afirma Vivero, no se han insertado al canon mexicano, mucho menos al universal. Si bien es cierto que, a partir de 1850 se intensificaron los espacios de publicación de textos en revistas y periódicos, asimismo, las ideas progresistas y de educación impulsadas por Laureana Wright, “no lograron desprenderse de la visión patriarcal no sólo de su época, sino incluso de su círculo social, lo cierto es que sí llegó a constituirse en un foro importante tanto de expresión como de reflexión femenina” (Vivero, 2006: 186).

A continuación, haremos un breve recorrido en las etapas de la escritura femenina, basándonos en el esquema cronológico que realiza Cándida Vivero, la cual abarca de 1850 a 1980, por ser las iniciadoras del trayecto hacia la profesionalización de la escritura femenina, porque Margarita Peña, en su estudio bastante completo y minucioso “Literatura  femenina en México en la antesala del año 2000 (Antecedentes: Siglos XIX y XX) (1989), pone en la escena a escritoras y obras que estaban completamente olvidadas. El caso de Cándida Vivero, propone un recorrido crítico y reflexivo por la ruta de la profesionalización de las escritoras mexicanas.

En este sentido, abogando por la canonización de la literatura femenina, estamos de acuerdo con Vivero que destaque dos figuras de la literatura decimonónica femenina, prácticamente olvidadas: por un lado, la jalisciense doña Refugio Barragán de Toscano, primera novelista mexicana, publica en 1887 su primera novela La hija del bandido o los subterráneos del nevado; por otro lado, la veracruzana María Enriqueta Camarillo y Roa, quien nace en 1872 y ha sido considerada la primera escritora profesional mexicana, publica su primer libro de poesías Rumores de mi huerto en 1907. Es preciso mencionar que, a partir de la segunda mitad del siglo XIX y durante los primeros años del XX, destacan las obras de las escritoras y los anales de la literatura mexicana no ha hecho suficiente justicia, nos referimos a Francisca de Betanzo, María Nestora Téllez Rendón, Concepción Lombardo Gil de Miramón, Laureana Wright, Isabel Prieto de Landázuri, Laura Méndez de Cuenca, Dolores Bolio Cantarell de Peón, por sólo mencionar algunas.

Ahora bien, con el advenimiento del siglo XX, la posición social y literaria no cambió para las escritoras, sin embargo, como lo afirma Vivero: “la mujer había logrado ingresar a ciertos sectores productivos, sobre todo en el terreno de la educación, la verdad es que aún se consideraba “impropio” de la mujer trabajar o ejercer algún oficio para subsistir” (Vivero: 188). Sin embargo, posterior a la Revolución, la alfabetización resurge como proyecto político y social y generó en el campo de la literatura renovaciones estéticas que dieron un vuelco a la concepción literaria mexicana, en cuanto a temas y formas. Pensemos en la novela de la Revolución, el grupo Contemporáneos y el movimiento Estridentista que, siguiendo la línea de las Vanguardias, proponen una revolución para el lenguaje poético, no obstante, las fuertes transformaciones que sufre el teatro y la escena mexicana bajo este contexto.

Todos estos cambios, fueron determinantes para la literatura femenina y, por supuesto, las escritoras. A este primer grupo ubicaremos las nacidas durante la primera mitad del siglo XX, cuya publicación de su obra se gesta en un ambiente hostil y nulo en las letras mexicanas y son: María Francisca Moya Luna, mejor conocida por su pseudónimo “Nellie Campobello”; Carmen Baez y María Luisa Ocampo, sin embargo, como afirma Cándida Vivero “para la década de 1920, “la literatura escrita por mujeres se vuelve cada vez más representativa, aunque de valor desigual” (Vivero: 190) y, por lo mismo, el grupo al que pertenecen estas escritoras vive un fenómeno muy peculiar: aunque sus obras se publiquen, no son reconocidas por el público lector y, sobre todo por la crítica, hasta muchos años después, inclusive posterior a su muerte (Vivero, 2006). Resaltemos en este grupo a Elena Garro, Rosario Castellanos, Luisa Josefina Hernández, Inés Arredondo y Amparo Dávila.

Posteriormente, en 1930, que es la siguiente generación de escritoras mexicanas, la cual es considerada el clímax de la profesionalización de las escritoras, a pesar, por supuesto, de seguir pesando sobre sus hombros el patriarcado literario. De las escritoras nacidas en esta fecha destacan: Margo Glantz y Elena Poniatowska que, al igual que muchas de la generación anterior, ya tienen una formación universitaria, participan en espacios literarios, con la diferencia, que ahora ellas ya empiezan a ser consideras para publicarse en editoriales de renombre. Lo mismo sucede con las nacidas en la década de 1940, como Sara Sefchovich y Ángeles Mastreta, es decir, para la segunda mitad del siglo XX, escribir empieza a perder su sentido prohibido, tabú, aunque con fronteras todavía para las escritoras; en esta generación ubicamos a Carmen Boullosa, Laura Esquivel y Carmen Villoro, la cual logra consolidarse en 1990 y forman parte de lo que comenta Vivero:

[…] el primer feminismo, no sólo en México sino en el ámbito mundial, habrá conseguido el derecho al trabajo y seguirá buscando la igualdad de condiciones laborales, así como el derecho al voto y la promoción de la salud en el sector femenino, enfocándose sobre todo en la educación sexual y reproductiva de la mujer. En este nuevo panorama social, las escritoras de la Generación del Medio Siglo, integrada por Rosario Castellanos, Amparo Dávila, Inés Arredondo, Josefina Vicens, entre otras, abordarán temáticas más universales, alejándose cada vez de los mundos rurales y revolucionarios (Vivero, 2006: 192).

Leer desde la otredad, así como escribir, es un acto renovador, revolucionario, porque implica una gran reconfiguración de los discursos literarios, pues ellas proponen en el terreno temático, estético, lingüístico y estructural, una visión completamente distinta a la que estábamos canónicamente acostumbrados. Sin embargo, todavía hay mucho por recorrer para llegar a la madurez literaria de la que hablaba Virginia Woolf: una literatura polifónica, donde  no sea necesario ni académica, ni editorial y ni canónicamente establecer una diferencia entre literatura de mujeres y de hombres. Los derroteros ya están establecidos y hay que terminar de recorrerlos transgrediendo y resistiendo con la fuerza de la palabra.

Bibliografía

Códrova, M. (2014). Un acercamiento a la historia de la educación de la mujer mexicana. Revista Universitaria Digital de Ciencias Sociales.

de Kleinhans, L. W., & Alvarado, L. (2005). Educación y superación femenina en el siglo XIX: dos ensayos de Laureana Wright (Vol. 19). UNAM.

Peña, M. (1989). Literatura femenina en México en la antesala del año 2000 (antecedentes siglos XIX y XX). Revista iberoamericana55(148), 761-769.

Vivero Marín, C. E. (2006). El oficio de escribir: la profesionalización de las escritoras mexicanas (1850-1980). La ventana. Revista de estudios de género3(24), 175-203.

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