Por Elisa Moravis
Mujeresaladas | La Paz, Baja California Sur.- En el laberinto de la existencia, nos han enseñado que la vida sigue un patrón predecible: nacer, crecer, reproducirse y morir. Pero ¿quién dijo que debemos conformarnos con eso?
En el umbral de mi cuarta década, con la mitad de mi vida ya desgastada, me encuentro navegando por las aguas fangosas de la introspección. Y aquí estoy, contemplando la farsa de la existencia. Una vez creí que la vida era una flecha que apuntaba hacia la muerte, pero ahora veo que es más bien un caleidoscopio de absurdos y contradicciones.
Descubro, entre risas sarcásticas y lágrimas amargas, que la vida no es una novela emocionante, sino una colección de cuentos entretejidos y, a menudo, deshilachados. Cada vuelta del camino nos lleva a nuevos territorios, nuevos desafíos, nuevas narrativas, que se antojan espejadas. Es una espiral, una danza eterna de ciclos entrelazados. Y en el corazón de esta danza caótica, está el uroboros, la serpiente que se muerde la cola.
El uroboros es una metáfora de nuestra propia existencia. Nos recuerda que la vida es un ciclo infinito de nacimiento y renacimiento, de pérdida y recuperación. Sus escamas brillan mientras su lengua bifurcada sisea secretos ancestrales. Nos muerde, nos consume y nos regurgita, repitiendo el ciclo con la ilusión de reconciliarnos los opuestos: el pasado y el futuro, el miedo y la esperanza, la pérdida y el crecimiento.
Guardián de los misterios del tiempo, testigo silencioso de la eterna danza de las vidas y las muertes, nos desafía, nos insulta, nos invita a soltar las cadenas de nuestra ilusión de control.
En el abrazo de la serpiente, nos encontramos atrapados en un torbellino de dualidades, donde la única constante es el cambio mismo. ¿Por qué conformarnos con la mediocridad de la linealidad cuando podemos sumergirnos en la sordidez del caos?
Propongo, mis queridas saladas, enfrentar el laberinto de la existencia desafiando las limitaciones del adagio formulario. Abrazo la locura de la existencia y rechazo la falsa promesa de orden y linealidad; en lugar de seguir la monótona secuencia de nacer, crecer, reproducirse y morir, propongo una danza anárquica de posibilidades infinitas. Porque al final, la vida es un bucle infinito de bromas crueles, y yo estoy aquí para reírme en su cara con cada giro.