Crónicas de lo Cotidiano | Cubos de hielo y autoindulgencia, una receta para sobrevivir

A medida que envejezco, 

disfruto mucho más de mis vicios 

porque siento que los merezco.

 (Brooke Shields)

Por Elisa Moravis

Mujeresaladas | La Paz, Baja California Sur.-  En esos días en que la vida me lanza todo su arsenal de frustraciones y estrés, me encuentro buscando la manera de convertir la tormenta del día en un simple nubarrón anecdótico. Ahí entra mi fiel compañera: la ginebra. Remojar los rayos y los truenos en alcohol, para disolverlos, es más que un simple escape. Es una necesidad básica, casi un derecho de la madre cansada. Una pequeña rebelión autoindulgente que me permite mantener la cordura.

Al final de un día caótico, después de haber lidiado con el trabajo desde casa, gritos de niñas, pilas de trastes y ropa sucia, los constantes “mamá, mamá, mamá” y demás menesteres cotidianos, me permito mezclar el hastío, la ironía y un retorcido sentido de satisfacción con cubitos de hielo.

La ginebra, con su sabor seco y amargo, refleja perfectamente mi estado de ánimo en esas noches. No intenta endulzarme la vida ni esconder la verdad bajo capas de azúcar. Es brutalmente honesta, como la vida misma cuando te recuerda que tus sueños de juventud se han desvanecido en una montaña de deberes y desvelos. Pero en esa honestidad amarga hay una extraña belleza y consuelo.

Claro, algunos la prefieren con agua tónica, limón y endulzante, o hasta con rodajas de pepino. Yo la prefiero simple y afilada, porque cuando he pasado el día entero navegando por una jungla de responsabilidades, necesito algo que corte. Y eso es lo que hace la ginebra: corta a través del ruido, de la monotonía, del agotamiento, y me da un respiro, aunque sea breve. Es un ritual de supervivencia, una forma de decirle a ese mal día que no ha ganado, que todavía tengo un as bajo la manga (o, en este caso, una botella bajo… mmm… la falda).

Es también mi compañera silenciosa en esos momentos en que la creatividad necesita un empujón. ¿Escribir? Claro, claro, pero cuando las palabras se estancan, la ginebra hace su magia. Mientras otros buscan inspiración en la meditación, en los amaneceres o en el amor, yo encuentro las mejores ideas después de la tercera copa. Porque nada estimula mi creatividad como ese delicado equilibrio entre el sentido de la realidad y la borrachera. La ginebra no solo es una bebida; es una musa que me recuerda que la verdadera escritura ocurre cuando el autocontrol se ha ido a dormir y mi mente se sumerge en una niebla suave y decadente.

Así, al final del día, cuando la casa finalmente se calla y el mundo se reduce al suave tintineo de los cubos de hielo en mi vaso, me siento y bebo. Cada sorbo amargo y seco es como una palmada en la espalda de alguna amiga sarcástica que dice: “Sí, todo apesta, pero sobrevivistehas sobrevivido otro día en el frente de batalla doméstico”. Incluso en medio del caos, hay una chispa de placer que solo un buen trago me puede ofrecer. Y si eso no es el epítome de la autoindulgencia -con sus cubitos de hielo-, no sé qué lo sea.

Y recuerde: Si toma, no maneje.

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