Reflexiones Sobre el Tratamiento de la Mujer y el Poder en ‘La hija de Rappaccini’ y ‘El rastro’ de Elena Garro
Por Mónica Astorga
Mujeresaladas | La Paz, Baja California Sur.- Las últimas semanas, en un ejercicio de nostalgia, he meditado mi acercamiento al estudio de la literatura escrita por mujeres, que se cristalizó de una manera contundente y comprometida durante la pandemia. Lo recuerdo perfectamente: se me invitó a participar en una mesa virtual de análisis y reflexión en torno a Elena Garro y la crítica feminista que aborda su teatro, al lado de la Dra. Patricia Rosas Lopátegui. Fue una experiencia maravillosa y reveladora. Llevaba varios años con una inquietud intensa en escritoras, sus temas, estilos, diferencias discursivas entre escritoras y escritores, pero los cánones literarios patriarcales mantenían en la invisibilidad esos derroteros. Sin embargo, acercarme de una manera más rigurosa y consciente a la literatura de Elena y escuchar a la Dra. Lopátegui, hizo brotar la cosquilla de la teoría literaria feminista que se convirtió en una efervescencia que brotaba en mi interior, llenándome de una inquietud y curiosidad indescriptibles: por fin encontré mi sitio en el mundo y en la literatura.
Después, en junio de 2023, mis inquietudes literarias tomaron cada vez más forma a través del curso-taller permanente escritoras resistentes, como un espacio donde puedo realizar y transmitir esa óptica femenina y feminista que otorga una posibilidad distinta de diálogo, tanto con escritoras como escritores y desmitificar los discursos arcaicos patriarcales, además de conocer y estudiar con justicia a escritoras de distintas épocas y nacionalidades que aún hoy permanecen en la invisibilidad. Del mismo modo, a partir del camino del estudio y la praxis tallerística, abordar temas, géneros y enfoques que representaban límite y hasta tabú en los estudios literarios canónicos.
En este sentido, la primera escritora con quien tuve acceso a la luz de la teoría literaria feminista, fue Elena Garro. El rastro, publicada por primera vez en 1957, fue mi participación en aquella charla con la Dra. Rosas Lopátegui. Obra en un acto; explora el imaginario de y desde “la otredad”, partiendo de la corporeidad, esto es, Elena Garro nos plantea un universo donde la mujer es cuerpo, pero también es espacio y es tiempo, luego entonces, Garro ofrece paradigmas identitarios femeninos, desde el plano individual y, por supuesto, haciendo resonancia en lo social. Por otro lado, ya había trabajado anteriormente La hija de Rappaccini (1956), obra en un acto de Octavio Paz, e inevitablemente me condujo a un ejercicio comparativo de las voces discursivas femenina y masculina.
Partamos con la premisa de que ambas obras son en un acto y pertenecen al género dramático farsa trágica. Mientras que La hija de Rappaccini es la primera y única obra dramática de Paz, Elena tiene más de diez textos dramáticos, además de novelas, cuentos, poesía y trabajo periodístico. Por otro lado, La hija de Rappaccini se estrenó en el segundo programa de Poesía en voz alta en 1956; Elena por su parte, estrenó en el cuarto programa de Poesía en voz alta en 1958 tres obras en un acto: Un hogar sólido, Andarse por las ramas y Los pilares de doña Blanca. En el texto de Octavio, el rol protagónico recae en el personaje femenino, Beatriz; en El rastro de Elena, el protagonista es el personaje masculino, Adrián; en La hija de Rappaccini, el antagonista es el personaje masculino, el doctor Rappaccini y en El rastro, la antagonista es el personaje femenino, Delfina. En La hija de Rappaccini el antagonista, el doctor Rappaccini, es el padre de la protagonista, Beatriz; en El rastro, el protagonista, Adrián, es el esposo de la antagonista, Delfina. Por supuesto, invertir estos roles, antagonista-protagonista, otorga una carga simbólico-discursiva muy peculiar, más si partimos de la idea que el protagonista representa los intereses y deseos individuales y el antagonista representa la sociedad; en el género dramático ambos intereses significan una lucha, un choque de fuerzas. Sin dejar de acotar que La hija de Rappaccini de Paz es una adaptación del cuento “Rappaccini’s daughter” de Nathaniel Howthorne y El rastro de Garro, es una historia original.
En primera instancia, algo que sobresale y acapara mi atención de ambos textos, es el tratamiento femenino desde la imagen de la mujer veneno. A través de la historia, comenta Cándida Ferrero
[…] en textos sapienciales y médicos desde la antigüedad, […] el episodio de la «doncella ponzoñosa», en el que se narra cómo una muchacha, desde niña, ha sido envenenada paulatinamente de tal manera que llegará a ser veneno ella misma, arma eficaz contra hombres poderosos (Ferrero, 2015: 160)
En ambos textos, resalta la presencia de la mujer veneno, es decir, la imagen de la mujer como portadora de un mal: Beatriz trae consigo el veneno que su padre le impone al aspirar los aromas de las plantas envenenadas en el jardín que su padre creó, con la finalidad de obtener el poder de la inmortalidad: “¡Jardín de fuego, jardín donde la vida y la muerte se abrazan para cambiarse sus secretos!” (Paz, 2008: 26). Por su lado, Delfina en El rastro, es considerada por Adrián, su esposo, poseedora de un mal que lo ha envenenado a él: “Quieres maldecirme, secarme el canto, apagarme la garganta, sembrarme el miedo…” (Garro, 1981: 62); por ello la aniquila, a ella y al hijo que espera, en un reclamo de poder.
El poder y la fuerza se manifiesta en los dos textos. El poder por parte del padre en La hija de Rappaccini y del esposo en El rastro. La divergencia se aproxima en el tratamiento de los personajes femeninos: en el drama de Paz, Beatriz lo acepta, “Estoy contenta con mi suerte y soy feliz en este jardín […]” (Paz: 16); Garro por su parte, propone un personaje que, al ser portadora y dadora de vida, se convierte, a través de su cuerpo, en una figura venenosa y a través de su sangre —muerte—, Adrián será liberado del “envenenamiento” o “hechizo” que Delfina ha provocado en él: “¿Dónde andas, hechicera de los hombres?” (Garro: 62).
Así pues, La hija de Rappaccini, refleja en Beatriz una especie de romantización del sacrificio femenino, pues ella, consciente, acepta y asume transfigurar su naturaleza por su padre y convertirse en muerte y vida simultáneamente. El rastro por otro lado, establece la trayectoria de Delfina hacia la ruta del destino, es decir, ella no asume su “sacrificio” sino que le es dado por Adrián. Sin embargo, ambos textos proponen la ruptura de la esencia femenina: una es dada por voluntad propia, primero al padre y, posteriormente, a Juan, el enamorado —La hija de Rappaccini—; la otra, es arrancada por la figura del marido —El rastro—.
En esta breve reflexión en torno a dos importantes textos de la dramaturgia mexicana, pudimos percatarnos de dos visiones de la feminidad. En El rastro se expone y denuncia directamente el poder y la fuerza ejercido en el cuerpo de la mujer y el deseo de aniquilar su esencia y naturaleza: feminicidio. Por el contrario, en La hija de Rappaccini es otorgado, es decir, voluntariamente Beatriz se sacrifica por el deseo de poder del padre y transfigura su naturaleza en veneno; sin embargo, se convierte en la Eva del Génesis, al “traicionar” al padre revirtiendo los efectos venenosos de su sangre para poder estar con Juan, su enamorado. Finalmente, ambas, con trayectorias y discursos distintos, son despojadas y expulsadas de su paraíso. Condenadas por su propia naturaleza.
Bibliografía:
Garro, E. (1982). El rastro. Tramoya, 21 y 22, 55-67. Hernández, C. F. (2015).
La doncella ponzoñosa. Tradición y símbolo en Octavio Paz. La letteratura ispanoamericana e il Nobel, 37, 160-176.
Octavio, P. (2008). La hija de Rappaccini. Ediciones Era.