Por Teresa Duarte

Huitzilopochtli

El haber tenido esa experiencia había despertado ciertos sentimientos en Karla. La idea de llevar al niño a una institución para infantes ahora se convirtió en una duda. Ella sabía que tener un niño significaba renunciar a muchas cosas: tiempo, libertad, oportunidades. Pero algo estaba revolucionando su mente en ese momento. No supo si era la compasión que siempre había sentido por los desvalidos, un sentido humanitario que todos poseemos, incluso algunos sin saberlo, o bien su hambre de justicia que siempre la había caracterizado. Sin saber qué hacer, decidió tomarse un tiempo para pensar. Sandra se ofreció voluntariamente para cuidar al niño en su ausencia.

Cuando regresó del trabajo, Karla fue por el niño.

— ¿Cómo se portó el pequeñín?

—Es un bebé. No lo llames así. Toma. —Le dijo entregándole al pequeño—. ¿Por qué no le buscas un nombre?

—Sí, tienes razón. Voy a pensarlo. Hasta mañana.

Como cada noche, Karla leyó antes de dormir, sin moverse para no despertar a su compañera, con quien compartía la única cama del departamento. Tomó un libro de mitología mexica.

— ¡Se llamará Huitzilopochtli!

Al día siguiente:

—Buenos días amiga. Aquí te lo encargo. Ya tiene nombre.

— ¿Te vas a quedar con él?

—No lo he decidido. Pero tienes razón. No puedo tenerlo como un objeto. Hasta las mascotas tienen nombre.

— ¿Y cómo se va a llamar?

—Huitzilopochtli.

— ¡Madre santa! Ese nombre es horrible, ni una mascota tiene un nombre tan feo.

—Solo llámalo así. Nos vemos más tarde.

—Pues a ver si me lo aprendo. Cuídate.

“Esta mujer siempre ha estado loca”, se dijo Sandra para sí.

Esa mañana no fue al periódico, sino a tiendas a comprarle ropa, mantas, pañales y leche al bebé. Se sintió diferente al elegir objetos para el niño. Sintió que tal vez era el momento de darle un giro a su vida. Ya no tenía dudas. Se quedaría con la criatura.

Continuará…

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