Por Teresa Duarte
Después de la tragedia
La periodista estaba acostumbrada al peligro. Tenía claro que en México su gafete con la palabra “prensa” no implicaba protección de las autoridades en absoluto. Sin embargo, conocía el procedimiento para sobrevivir en casos de tumultos.
En el momento del enfrentamiento de los antimotines contra los profesores, muchos ciudadanos que nunca habían ido para manifestarse anteriormente, intervinieron. La indignación de ser testigos de cómo masacraban a golpes a quienes luchaban por sus derechos, les incitó a tomar piedras, palos, bolsos de las mujeres y todo lo que tenían a la mano.
Karla hábilmente documentaba en video los hechos y fue derribada por los movimientos de la multitud. Mientras trataba de levantarse, se dio cuenta de que un pequeño niño lloraba sin cesar. Su ética profesional le obligaba a ponerse de pie y seguir con su trabajo, pero algo movió su consciencia y no pudo dejar de pensar qué sería de ese bebé, si ella que tenía muchos más años y kilos fue pisoteada en repetidas ocasiones y le fue muy difícil reponerse, esa criatura de apenas unos meses de edad podría morir ahí. Decidió ir a rescatar al niño, lo cual logró con muchísimas dificultades. Su cámara ya había captado más de lo necesario para ilustrar cualquier información al respecto.En el recuento de los daños hubo más de 60 muertos e incontables heridos, casi todos civiles.
Karla quiso devolver al niño a la policía, pero no la atendieron. En ese momento ellos estaban más preocupados por ocultar o justificar la catástrofe. Por exigencia de su jefe, Karla regresó. Dudó sobre qué hacer con el niño. Decidió llevarlo con ella a la capital con la idea de entregarlo a una institución que lo acogiera.
Durante la noche, el bebé necesitó cambios de pañal. Como es lógico, Karla no tenía en casa, así que improvisó con unas mantas que usaba cuando se sentaba en el sillón a leer o ver la lluvia durante el invierno. El hambre acosaba al bebé, pero no había biberones ni leche, entonces Karla decidió darle café, lo cual mantuvo despierto al infante durante toda la noche, además de producirle eructos en exceso.
Al día siguiente, la improvisada madre tocó la puerta de su vecina y amiga, Sandra.
— ¿Y ese niño?
—Me lo encontré tirado.
—No bromees con eso, Karla.
—Te lo juro. Ayer, en una revuelta que me tocó cubrir. Estaba en el piso. La muchedumbre estaba a punto de arrollarlo y pude rescatarlo.
— ¿Por qué no se lo diste a sus padres?
—Porque no sé quiénes son sus padres.
—Bueno, es evidente que es de raza negra. Eres periodista, deberías averiguar cuál es el origen delpequeño.
—Sí, es una gran idea, pero mientras eso ocurre necesito que me lo cuides. Tengo que ir alperiódico.
—Sí. Dámelo. Se ve cansadísimo. ¡Pobre chiquito!
—Oye, pero no tiene pañales ni leche. Puedes darle café. Yo le di café y le gustó.
— ¿Cómo se te ocurre darle café a un bebé? Por eso está cansado. Les produce inquietud y nerviosismo.
— ¡Con razón no se dormía ni me dejaba dormir!
—Mira tú vete, yo ahorita voy a la farmacia y le compro leche y pañales. Y a ver si le queda alguna de la ropa de Esme (apreciativo de Esmeralda, nombre de la hija de Sandra y Raúl, su esposo).
Karla fue a su trabajo y presentó una excelente crónica de lo sucedido, resaltando los abusos de las autoridades estatales que llevaron a cabo la masacre. Cuando regresó a casa fue por el bebé.
— ¿Cómo se portó el negrito?
—Es encantador. ¡Pero no lo llames así!
—Bueno, el niño ese.
—Bien. Es muy tranquilo. Se nota que no le prestaban mucha atención, porque no la demanda. Caso contrario a Esmeraldita, que se pone loca si no le hago caso.
— ¡Qué bueno! Porque en el orfanato que lo van a enviar seguramente no le van a prestar mucha atención. Gracias, amiga.
Karla salió del departamento de su vecina para subir a su auto y llevarse al niño a una casa cuna. Justo antes de salir, recibió una llamada de la editorial en la que le pidieron que se fuera al norte de la ciudad, en donde estaba sucediendo un terrible derrumbamiento. Se regresó a casa de Sandra para volver a encargar al niño.
No era exagerado decir que fue mortal, ya que muchas casas se cayeron. Mientras tomaba las fotografías, Karla miró a niños llorando, queriendo acercarse a los cuerpos inertes de sus padres. No pudo evitar pensar que sí el pequeño que ella recogió hubiese tenido más edad, también habría llorado así al ver a sus padres sin vida. En cuanto terminó el trabajo fue por el bebé para llevarlo a las autoridades. Antes de subirlo al auto, pasó a su departamento con todo y lo bromoso que le resultaba cargar su bolsa y al niño. Mientras iba por un documento, puso al niño recostado en el sillón. Cuando volvió por él, lo miró fijamente. El bebé le sonrió con inocencia y dulzura.
Continuara…