Por Ángela Sepulveda
Sí, insólito, para nada común, el pedirse ese permiso. El decirse a sí misma “déjame vivir mi vida”,
aunque ya seas mayor. Mariana, así se llama y nació hace sesenta y siete años, en un hermoso pueblo
que sin el bullicio de las urbes, ofrecía un cobijo de verdes y mágicas montañas. Donde los viejos se
paseaban para husmear en las calles, los recuerdos atravesados en sus mentes. Pueblo situado en el
centro de Colombia, bañado por mil lunares de caminos inconclusos y sembrado con sosiego por
agricultores campesinos.
Allí no hacía ni frío, ni calor, era un clima tibio, suave y perfecto, recuerda Mariana, eran días de
blusas frescas y, en la noche, calientes abrigos tejidos con lanas de ovejas, acompañados con
chocolate hervido y bien batido, lo cual permitía un profundo dormir.
Pero, por los avatares de la vida, con su familia, terminaron viviendo en otro pueblo. Gracioso,
pequeño. Básicamente constituido por dos largas calles más una plaza central.
Donde no pasaba nada más que las angustias minimizadas del escuchar alguna que otra pelea de
perros o gatos en las noches y su maullar. Allí mismo Mariana estudió con su hermana menor en un
colegio de monjas con un hermoso nombre, “Los sagrados corazones”.
Recuerda que, a los casi 11 años, en el mes de julio de 1969, se encontraban ansiosamente
disfrutando, a transmisión televisiva de la llegada del “Hombre a la Luna”, en su pequeño televisor
gordito de color rojo y blanco, el cual tenía una gran antena. Estaban sentados con su hermano, un
amigo de él, y la familia, cuando las glorias del desarrollo femenino se hicieron presentes.
Quiero decir, Neil Armstrong pisó la luna. Y justo en ese preciso instante, Angela sintió como una
lluvia tibia, roja y pegajosa se deslizaba, gota a gota, entre sus piernas.
Mariana vestía un pantalón blanco de moda, hermoso, que adoraba, y ese pantalón, lo vio mancharse
de un vivo carmesí.
Corrió Mariana a la habitación y su madre la siguió, ella, como buena observadora, se había
percatado que acababa de ocurrir un cambio físico en la vida de su hija y le explicó los cuidados a
tener.
La madre de Mariana, amarrada al pasar del tiempo, de ideas tradicionalistas, creyó que la
solución para resolver sus precariedades económicas había llegado.
Como los remolinos vertiginosos que produce el viento donde el polvo vuela, así la madre de
Mariana le expresaba vociferando, con marcado énfasis, muy claras sus intenciones de casarla con
un pretendiente rico, que iba a aparecer en el umbral, un día de estos.
Pero la vida de Mariana cambió desde ese momento. Los torbellinos de emociones dominaban sus instintos y así mismo, todos sus instantes. Convirtiéndose estos, en “duendes invisibles” que controlaban y dirigían sus emociones apresuradamente, incapacitándola para seguir adecuadamente la marcación correcta de esa brújula, que cada quién poseemos por destino propio y la cual, se supone, conduce hacia un “camino correcto”.
El libre albedrío se hizo presente con demasiada fuerza, cual volcán en suprema erupción. Llegó la emancipación de su persona, nada la atemorizaba, nada la detenía. Llegó también la rebeldía, producto de su edad. Entendió que, por ser mujer, sus padres no le iban a pagar más estudios, debido a la falta de
recursos económicos en la familia. Al hermano de Mariana sí, escuchó a su madre decirle a su padre, a él sí, “haremos todos los esfuerzos y le pagaremos todos sus estudios” “y hasta que vaya a la Universidad”. Fue duro el golpe, ya que era buena estudiante y le gustaba hacerlo. Sintió que de un tajo le cortaron sus alas y estas, heridas, ya no volaban con la misma intensidad.
A cambio, sus padres la inscribieron para atender clases de Comercio, así se llamaba, una
educación Técnica como para formar secretarias, carrera corta de 2 años, donde los estudiantes eran variopintos, de todas las edades, variados rangos sociales y estirpes culturales indefinibles.
Terminó Mariana haciéndose muy amiga de dos locos, que atendían el mismo curso. Uno plácido y sereno, muy inteligente, que todas las clases las atendía perfectamente y su rendimiento estudiantil era inigualable; el otro era el vago, nunca llevaba ni cuadernos, era un cero a la izquierda, pero tan gracioso y
simpático que así se compraba a todo el mundo, con sus chistes y sonrisas.
Despilfarrando la vida, se iba Mariana con sus dos amigos por las fincas cercanas a coger manzanas o caminar y divisar las nubes, por no asistir a clase. La vida seguía girando tan rápido a su alrededor que no tenía tiempo casi ni de digerir tanto cambio, tan variado, y eso la excitaba a seguir dándose cuerda a sí misma para agilizar en su intrépido andar y voltear por allí y recorrer por allá. Lugares insólitos prohibidos a su edad, entre los 13 y 14 años, muchacha de familia “bien” con tradiciones en la espalda, pero con ganas de volar y crearse su propio mundo.
No sabía cuál era ese mundo, ni su origen, pero seguir estudiando para ser secretaria, no; le llamaba más la atención compartir con ese grupo tan heterogéneo de estudiantes; el escuchar y ver a unas profesoras cabezas cuadradas, lo consideró ambiguo ese mundo, la desilusionaba y, por lo tanto, decidió no volver
más a clase.
Unas amigas nuevas, dos hermanas, que la mayor flaca, elegante y de unos 20 años, había trabajado en un hotel y le dijo Hola… Mariana, si quieres ganarte tu propia plata ve allí, es el mejor hotel de la región, ya has estudiado un tiempo para ser secretaria, sé que necesitan a alguien allí. Ella no lo pensó dos veces, fue con su madre, y el gerente la aceptó de inmediato. Su figura era entre la niña inocente, pero a la vez astuta en su mirada, con una hermosura clara, que se tornaba tácita y misteriosa en su misma belleza.
Fue pisar ese elegantísimo hotel de “5 estrellas” para ir descubriendo que era como todas las
estrellas juntas. El lugar era maravilloso, frente a un gran lago, rodeado de aguas termales, donde,
además, podía vivir en otro hotel encantador de la misma cadena que estaba a pocos metros. Era un
sueño hecho realidad.
Mariana se sentía como la protagonista de una novela o, mejor aún, como una mariposa danzante,
entre los variados y exquisitos aromas del elegante restaurante y la música suave de fondo que
reinaba en el hotel. No había que dudarlo, era uno de los mejores hoteles no solo de la región, sino
del país, todo era la elegancia y el confort supremo.
Pero sucedió que, a las pocas semanas de iniciar ese maravilloso trabajo, se realizó un Congreso y
Mariana conoció al organizador de ese evento la noche del cocktail de inauguración, y ahí conoció al
primer psicópata de su vida, que le cambió su andar y la enredó hacia la insaciable bestia que logró
atraparla, cual cazador astuto hacia sus fines. Qué la absorbió, la debilitó con palabras dulces.
Usurpó la cotidianidad de la joven que trabajaba en un hotel. Sin permitirle casi, el respiro normal a
que un ser humano tiene derecho.
Qué violó con todos los toques del “romanticismo falso y engañoso” sus ilusiones de joven y sus
explosivas y auténticas sonrisas.
Su psicopatía fue repugnante. Era el encantador de serpientes de la región. Un “playboy” político
joven, y muy de moda, con su diabólico atractivo. Casado con hijos y bebe a bordo, con el cuento
típico y normal de novela rosa la conquistó,”no me entiendo nada bien con mi mujer y nos vamos a
divorciar, pero el hijo está pequeño y tengo que esperar”.
Así le debilitó toda su inocencia, sus sueños, diciéndole que la adoraba; la seguía, la asfixiaba con
sofocante palabrería cortejándola con regalos, comidas y bailes, le mostró un mundo que Ángela, en
su tierna juventud de pueblerina, no conocía; la volvió mujer a su manera, a su total abuso, siendo
ella toda una menor.
Mariana creció, se volvió más grande, más madura y después de un par de años, se dio cuenta que
estaba con un monstruo y ya nadie la detuvo más y lo dejó.
Salió corriendo un día porqué le dolía el alma, la había lastimado; ella misma tenía que salvarse
…nunca jamás lo volvió a ver.
Así llegó a creer solo en ella y no más en ningún hombre.
Al pasar de los días, fue conociendo otros seres humanos, más cordiales, que le arrullaron no solo
el cuerpo si no también el alma.
Mariana se volvió a armar, con el ímpetu más acérrimo continuó, limpió y purificó su dignidad de
ser humana, continuó a toda marcha, descubriendo caminos imparables.
Se volvió toda ella, la mujer más codiciada de toda una región.
Cuando Mariana salía de su trabajo a recorrer las calles en la ciudad capital donde por esa época había llegado a vivir, descubría que con cada pisada la ciudad temblaba a su alrededor. Las “señoras
bien” al pasar junto a ella, se echaban la bendición.
Era como si toda la vida de Mariana estuviera escrita en la atmósfera de esa ciudad, era divina y
así sentía, ya era ella, la nueva mujer, llamada Mariana.
Compartiendo pasos adoquinados, embarrados, cementados, asfaltados, Mariana recorría caminos inéditos de la vida y fue así que aprendió a reconocer a los psicópatas. A estar alerta al detector espiritual que siempre emite una señal, algo se cae al piso, o se rompe algo, o suena un sonido inexplicable, Mariana está atenta, son los avisos, son los anuncios, de ojo, cuidado, ALARMA.
Mariana dice que ya la tiene clara, a sus sesenta y siete años por fin pudo decir que el detector de psicópatas masculino le funciona, cien por ciento seguro, solo con dos o tres encuentros ya, detectados y tachados, psicópatas. Hace nada más que un mes, recuerda Mariana, se reencontró con un viejo conocido y fue fácil distinguirlo e identificarlo, por ejemplo; sus ojos estaban muertos, no tenían expresión alguna, la mirada estaba perdida. Solo hablaba de él, creyó enredarla entre sus consabidas y manipuladoras
redes, le prometió y le juró amor eterno, franco y leal, y mientras Mariana le escuchaba, ella misma se aterraba por dentro de su ser, al ratificar el grado de cinismo que acompaña a los psicópatas pueden mentir y viento, diciendo un río de sartal de mentiras e imbecilidades y no parar.
Lo que tu cuentes no es importante, jamás te preguntan algo relacionado con lo que tu hablas,
o sobre tu vida, no son empáticos, no pueden entablar conversaciones, solo hablan de ellos, que quieren, que tienen, jamás hablan a qué le temen… eso sí no. Tu vida al lado de ellos es cero, no les importas. No existes. Lo dice Mariana, con absoluta certeza, haciendo un recorrido rápido y elocuente de esos andares que por la vida se ha permitido dar.
Eso forma parte del análisis que el detector espiritual que llevamos dentro, a todos informa, pita, suena como una bocina, avisa…pi..pi..pi y ahí sabes no es normal, es psicópata. ¿Qué quiere decir psicópata? Que no puede amar, no siente y, lo peor de esta enfermedad mundial, es que no tiene cura. La persona está enferma de por vida. Por qué se le murió el alma, eligió ser un demonio en vida. Solo absorbe, exprime, abusa, extrae, pero no da ni una sonrisa y, sí lo hace, es para mostrar aparentemente que es feliz, pero son seres sin alma, sin vida, sin felicidad: ni la sienten, ni la dan, ni la reciben.
Para no continuar en ese debatir de si su próxima pareja será fiel o será honesto, o será nuevamente otro nuevo psicópata ―como todos dicen siempre, “los malos”, son “los otros”―, Mariana prefirió vivir sola y estar sola. Evitar discusiones, peleas, altercados, “contenturas de momento”, alegrías o sensiblerías, etc, etc. Sobre todo, el no tener que espiar, ni cuidar a un marido nunca más en la vida.
Todo comenzó a encajar en forma distinta a lo normal, ya no le preocupa el agradar a nadie, ya no tiene que aguantar la mala o buena cara de alguien al levantarse en las mañanas, ya puede dormir y despertarse normalmente de madrugada como le gusta, sin tener que andar en puntas de zapatos o tener cuidado de no hacer ruido.
¡Qué felicidad! Hoy puede decir que lleva más de cinco años viviendo consigo misma. Mariana, se siente feliz. ¿Qué extraña a veces? Una agradable y relajante compañía, quizás solamente para disfrutar el tomarse un buen café, ojalá con una buena conversación, y que un chiste la haga reír.
Entonces, Ángela hace sus propios chistes y se ríe y alegra su vida, cada segundo. Es posible ser feliz, ahora sí ES FELIZ