La ola de movimientos libertarios en materia de preferencias sexuales que asomó al mundo en la década de los sesenta y principalmente en la de los setenta. como el Gay Libertation Power iniciado en Estados Unidos y solidificado en Europa, o el ‘Movimiento de Liberación Femenina que cundió casi por lodo el orbe. contribuyeron sin ninguna duda a desbaratar poco a poco la rigidez de las sociedades moralistas […] cuando gobernaba al país Miguel de la Madrid Hurtado. Los tiempos en que México padecía una espantosa crisis de valores (Trejo, 101).
Al respecto, Magda Potok acude al concepto acuñado por Showalter, el cual propone “distinguir la ‘crítica feminista’” (Potok: 2010), al respecto apunta:
Se centra en el entorno textual femenino, esto es “la historia, los estilos, los temas, los géneros y las estructuras de la escritura de mujeres, la psicodinámica de la creatividad femenina; la trayectoria individual o colectiva de las carreras de las mujeres; y la evolución, así como las leyes de la tradición literaria femenina (110).
Continuando con Potok, “las mujeres escritoras tienden a representar su mundo personal e interrogarse sobre lo que están viviendo” (213), de ahí el carácter autobiográfico de Amora, donde Rosamaría, a través de Guadalupe, la protagonista y narradora de la novela, partiendo de la yo autobiográfica, realiza una especie de espejeo, donde múltiples yo se reflejan y replican en voces, sujetas literarias, personajas, que convergen en la novela. Recurramos de nuevo Elaine Showalter y la clasificación que propone de la literatura femenina; ella las divide en tres tipos o enfoques: el primero es la “literatura femenina”, la cual se adecúa a la tradición y lugar que ha establecido la sociedad patriarcal; el segundo es la “literatura de mujer”, la cual propone el autodescubrimiento, es decir, la búsqueda y planteamiento de una identidad a partir de la yo y, por último, la “literatura feminista”, la cual cuestiona, rechaza, denuncia y reivindica a la yo mujer, la yo escritora y la yo personaja bajo un discurso de total compromiso y crítica contundente a un machismo histórico.
Bajo esta perspectiva, Rosamaría Roffiel, y siguiendo la clasificación de Showalter, en Amora, logra que converjan dos rutas discursivas la “literatura de mujer” y la “feminista”, es decir, Rosamaría se autoficcionaliza a través de Guadalupe y construye y revela sus yo a partir de la experiencia corporal y sexual que narran desde el espacio autobiográfico: violación, abandono, lesbianismo, insatisfacción física y emocional, lo cual configura un fuerte discurso subversivo en torno a la sexualidad de las mujeres, empañadas y empapadas por una sociedad que, histórica y socialmente, ha invisibilizado y, al mismo tiempo, a partir del cuerpo y la sexualidad, ha establecido un discurso donde son corporeizadas como lo “otro”, tal como lo establece María Rodríguez-Shadow en su libro La mujer azteca:
La mujer mexica fue educada bajo el signo de un doble patrón de moralidad: uno, masculino, flexible y laxo y otro, aplicable a ellas, severo y estricto […] En Tehochtitlan existieron numerosas sanciones y castigos para los jóvenes que “siguiendo su corazón” sostenían relaciones sexuales antes del matrimonio: les decían que los dioses las castigarían pudríendoles sus órganos sexuales, que las ahorcarían o que morirían apedreadas o ahogadas (Rodríguez-Shadow, 2000: 180).
Y es aquí donde ambos discursos se unen: Rosamaría, desde la yo ficcional se autodescribe, pero también a través de las otras, las personajas, nos descubre a todas, a partir del discurso feminista, contundente desde el inicio de la novela: “—¡Los hombre son una subcategoría!” (Roffiel, 1989: 9). Sin embargo, la presencia de ambos discursos, proponen justamente una narración que va desde el espacio íntimo, autobiográfico, que se expande a través del discurso feminista, hacia la otra, las otras:
Qué lejos esa mañana de Octubre de 1977 en que oí hablar a las feministas por primera vez y me dije -atontada por la sorpresa-, “¡pero si yo soy feminista, y no lo sabía!” Qué aturdidor el gozo al descubrir que había mujeres que vivían como yo, que esperaban lo que yo, que hablaban mi mismo lenguaje. Qué conmovedor alivio encontrar respuestas a preguntas que me inquietaban desde la infancia (Roffiel: 31).
En este sentido, Nora Lizet Castillo (2007) señala que
Una de las características que se debe destacar en la escritura producida por mujeres es lo incierto, lo sutil, lo que sigue los movimientos de la vida, lo que aún se está produciendo y que a veces cae en contradicción; […] muchas escritoras hablan de sí mismas y es ostensible una revelación del yo dentro de sus producciones literarias (96).
Rosamaría expone su yo a través de Guadalupe, la protagonista: su yo mujer, su yo feminista, su yo lesbiana, en un diálogo constante con ella misma, pero también con su entorno y su realidad, que resulta la realidad de las otras:
Siempre pensé que si yo hubiera sido varón, mi madre se pone a lavar ajeno pero me paga una carrera. Y tan ingenua, imaginando que después de la secundaria seguía la preparatoria y enseguidita la universidad. Me pasé meses dudando en secreto sobre qué elegir, psicología o pediatría, así que cuando mi madre me sentó en el antecomedor y me dijo: “Lupe, ya te inscribí en una escuela comercial, para que seas secretaria, te pongas a trabajar rápido y me ayudes con los estudios de tus hermanos”, fue tal la sorpresa que no pude articular palabra (Roffiel: 85-86).
Efectivamente, como observamos en el fragmento anterior, Guadalupe, como todas las mujeres, tenemos una realidad corporeizada, esto es asignadas en y por su cuerpo a cumplir un rol que borra su propio discurso y en la literatura femenina emerge, se cristaliza y establece un diálogo con ella misma que le permite asimilar y cuestionar la carga política, social, cultural y familiar, es decir, y, recurriendo a Cándida Elizabeth Vivero, que afirma en su artículo “El cuerpo como paradigma teórico en la literatura”, quien se apoya en la escuela ginocrítica francesa, expone que
La voz perdida, añorada, se recobra entonces para dar paso a una liberación de las pulsiones hasta ese momento silenciadas. Asimismo, la voz recuperada da testimonio de lo ancestral, de lo primigenio que ha existido siempre, es decir, la madre. […] De donde observamos que en la escritura se haría presente una Voz, la de la Madre, gracias a que se encuentra unida a su naturaleza más íntima, al cuerpo como portador de múltiples significados cambiantes que debe tener como fin último la desestabilización de la Ley del Padre (Vivero: 59).
En el caso de Guadalupe/Amora, es a través de su cuerpo donde entabla un diálogo y Rosamaría se reconcilia con todas las voces que han distorsionado su identidad, Guadalupe es la purificación de la carga histórica, social y cultural que la ha paralizado y Amora, las alas que la liberan de un cuerpo deconstruido y la hace trascender a lo divino, como el título de uno de los capítulos cruciales de la novela: “Seguramente así aman las diosas” (71), donde podemos percibir lo que Barthes afirma, recordando El grano de voz (1983), a propósito del erotismo:
Un erotismo ‘exitoso’ es una relación sexual y sensual con el ser que se ama. Eso ocurre a pesar de todo. Y es algo tan bello, tan bueno, tan perfecto y deslumbrante que en ese momento el erotismo es una especie de vía de acceso a una trascendencia de la sexualidad (305).
En este sentido, María Teresa Hurtado de Mendoza (2015) reflexiona en torno a la condición dual de la sexualidad femenina y pone sobre la mesa los dos polos que, contrapuestos, se han fundido en el discurso de la sexualidad femenina y que constituye, en este aspecto, la esencia del pensamiento judeo-cristiano, en el caso de la mujer occidental, centrándonos en la mujer y las escritoras mexicanas; por un lado, el estoicismo romano y su principal representante Séneca, cuyos argumentos filosóficos se centran en “mantener siempre la fuerza de voluntad” (115), “es natural la inclinación a la heterosexualidad y reproducción” (115), “el cuerpo es tentación porque es la cárcel del alma” (115) y, por otro lado, la filosofía hedonista, con su representante Epicuro de Samos, estableciendo una contraposición en el argumento donde sostiene que
[…] la razón de la vida era suprimir el dolor y las angustias y buscar el placer, de donde surge la herencia cultural de miedo al placer, es decir, “darse placer” resulta absolutamente reprobable y negativo, sólo se podía obtener habiendo un sufrimiento previo, esto es, “sufrir para merecer (115).
Como afirma Hurtado de Mendoza, así surge y se arraiga la dualidad en la sexualidad femenina y entabla una relación dialéctica entre Eva, la mujer que engaña e induce al hombre a los placeres carnales y María, el ideal de mujer: entregada, abnegada, madre, virgen (20015: 115). En el caso de Guadalupe, Amora, además del condicionamiento dual histórico y cultural de su sexualidad, se suma un tercer elemento: lo prohibido, lo antinatural, esto es, al ser mujer, cuya atracción sexual es hacia otra mujer la condiciona a un sitio donde su sexualidad y su sexo son cuestionados, en una sola palabra, lesbiana, surgiendo las voces de la sociedad: “-¿Qué onda, güeritas? ¿Por qué tan abrazaditas? ¿A poco son lesbianas? ¡Qué desperdicio, si están retebuenas…! […] -¡Pinches tortilleras! -¡Manfloras!” (Roffiel: 82-81).
Como vemos en el fragmento de la novela, podemos corroborar lo expuesto por Hurtado Mendoza, es decir, una cultura de la censura que, paralelo a lo expuesto anteriormente, se suman las prácticas e ideología del mundo prehispánico, donde ya existían parámetros que regían y censuraban la sexualidad femenina, incluyendo, por supuesto, el lesbianismo, como lo comenta María J. Rodríguez en su libro La mujer azteca:
La palabra náhuatl para designar a la homosexual femenina era patlache “la que tiene superficie ancha”. […] quienes eran sorprendidas en prácticas lésbicas eran condenadas a muerte. La horca o la lapidación constituyeron formas habituales de eliminarlas. […] Los nahuas tenían la creencia de que la lesbiana era en realidad una hermafrodita. […] Los mexicas pensaban que la mujer que copulaba con otra enfermaba por ello, ya que se suponía que las enfermedades podían ser producidas por los dioses como castigo a prácticas sexuales prohibidas (224).
Hasta el momento, la novela de Rosamaría Roffiel expone, a través del personaje lésbico, otro aspecto de la realidad femenina a través de la protagonista, Guadalupe, sin embargo, el personaje lésbico en Amora es memoria, cuerpo e identidad, es decir, Rosamaría-Guadalupe-Amora, pues en la novela el amor-desamor es el puente narrativo donde convergen todas las personajas, y donde Rosamaría Roffiel, a través del género autobiográfico de desdobla en todas ellas y dialoga desde un punto central: mujer-amora, y es así como construye un discurso de la identidad, identidades femeninas.
En este sentido, la novela propone diversas identidades y realidades femeninas: unas son lesbianas, heterosexuales; casadas, divorciadas, solteras, sin embargo, en torno a la figura de Guadalupe, se perfila una constante entre ellas: “estamos retacadas de clichés, de conductas aprendidas, trampas, autosabotajes, limitaciones, en fin”(33), donde, al mismo tiempo “Millones y millones de mujeres nacientes a una nueva identidad, buscando dentro y fuera de nosotras mismas, dispuestas a probar una forma distinta de ser, ansiosas de una relación más digna y equitativa con el hombre o con otra mujer” (32).
El diálogo en torno al amor surge como una constante, pues es un espacio íntimo, de confesión, donde se desmenuza el constructo identitario de la mujer, partiendo del amor y, por supuesto de su sexualidad, y esto lo percibimos, por supuesto en Guadalupe, la protagonista, y también en las demás personajas, por ejemplo Claudia, de quien Guadalupe se enamora; vive un conflicto al involucrarse con ella, pues social y culturalmente no puede enamorarse de una mujer, sin embargo y paradójicamente, este conflicto no es en el plano emocional o sentimental, sino en el sexual, es decir, desde su sexualidad, desde su cuerpo:
—¡No sé qué hacer! es como si dentro de mí hubiera dos mujeres en constante lucha: una que, en efecto, quiere casarse, tener hijos, obedecer a sus padres, y otra que quiere vivirlo todo contigo, romper reglas, atreverse. ¡Son tan distintas que apenas y pueden dirigirse la palabra! (125-126).
Precisamente, este conflicto, planteado desde el amor entre mujeres, es la discusión constante que la mujer trae inmersa con ella misma, su sexualidad y su cuerpo, como una marca histórica cultural y social. Guadalupe y Claudia simbolizan la relación dual y dialéctica que las mujeres viven ante el amor, la sexualidad y su cuerpo. Tal como lo reafirma Claudia: -¡Es lo sexual lo que me produce más conflicto! Y Guadalupe-Amora le responde, desde el ángulo íntimo y profundo que otroga el discurso autobiográfico, pero también desde el ángulo del discurso feminista: “-La sexualidad tiene que ver con la vida. Es algo cotidiano, pero nos lo han rodeado de tantos tabúes que nos resulta difícil conciliarla con nuestro afán de ser coherentes”.
A partir del discurso auto biográfico, Rosamaría Roffiel aborda tópicos que sobre pasan a la yo, se transforma en la otra, en las otras. Desde este discurso íntimo, personal donde la mayoría de las escritoras han traspasado muros aparentemente inquebrantables y han obtenido su “cuarto propio”; en el caso de Rosamaría en Amora, superó los límites autobiográficos y autoficcionales, considerando la definición de Julia Musitano: “’mi’ existencia se hace ficción, invento porque me expongo a lo desconocido. Mi existencia no se convierte en imaginaria, sino que se trata de una exposición ficticia sobre el carácter real de mi existencia. Se establece la identidad canónica autobiográfica entre autor, narrador y personaje, pero al mismo tiempo se rompe con ella, al presentarse como ficción, verdadero y falso simúltáneamente”, en el caso de Amora, haríamos una pequeña corrección: autora, narradora, personaja y personajas, pues Rosamaría a través de su narradora-personaja Guadalupe, se bifurca en las otras y las otras, a su vez, se bifurcan en ella.
Bibliografía
Aguirre, N. L. C. (2007). “La identidad femenina dentro de la novela mexicana”. In Las dos orillas: actas del XV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. Monterrey, México, del 19 al 24 de julio de 2004 (pp. 91-100). Fondo de Cultura Económica (México).
Barthes, R. (1983). El grano de la voz: Entrevistas 1962-1980.ista de estudios de género, 3(28), 59-83.
Hurtado, M.T. (2015). “La sexualidad femenina”. Alternativas en Psicología. Revista semestral. Tercera época. Año XVIII, (113-120).
Potok-Nycz, M. (2009). “El texto femenino: el discurso literario como expresión de la diferencia”. Itinerarios: revista de estudios lingüísticos, literarios, históricos y antropológicos, (10), 205-219.
Rodríguez-Shadow, M. (1991). La mujer azteca (Vol. 6). Uaem.
Roffiel, R.M. (1989). Amora. Planeta (México).
Trejo Fuentes, I. (2001). Rosa María Roffiel: amora.
Vivero Marín, C. E. (2008). “El cuerpo como paradigma teórico en literatura”. La ventana. Revista de estudios de género, 3(28), 59-83.